viernes, 5 de junio de 2009

MANTINEA (II): LA BATALLA

Argos no cometió el error de la campaña anterior, y esta vez no marchó sola. Tomó posiciones en Mantinea, y esperó la reunión con los atenienses y 3000 hoplitas de Élide. Los espartanos se apresuraron a marchar sobre Mantinea pero, no atreviéndose a asaltar la ciudad, para lo que no estaban preparados, se conformaron con su habitual táctica de asolar las tierras mantineas, para tratar de obligar a los aliados a salir a campo abierto.

Los hoplitas más experimentados de entre los argivos era un grupo reclutado entre los oligarcas, gente acomodada que tenía más tiempo para hacer ejercicios y más dinero para comprar equipamiento pesado. Recibían el nombre de “Los Mil” y, tradicionalmente, eran pro-espartanos. Durante toda la campaña habían tenido que afrontar las sospechas de sus conciudadanos, que les acusaban de poca belicosidad contra Esparta. En esta ocasión, una vez llegados los atenienses y parte del resto de los aliados, la presión se acentuó, y los generales se vieron obligados a salir de Mantinea y presentar formación de batalla. Sin embargo, no marcharon contra los espartanos, sino que tomaron posiciones en una posición estratégicamente excelente, unas colinas cerca de la ciudad, y esperaron.

Agis, que quería lavar su honor puesto en duda por la campaña del año precedente, estuvo a punto de cometer un error funesto, y mandó al ejército atacar las posiciones de los aliados. Cuenta Tucídides que un espartiata, (Diodoro también lo nombra y le identifica como el xymboulos o consejero Farax) cuando ya los contendientes estaban a tiro de jabalina, a punto de entablar batalla por tanto, gritó: “Agis, ¿acaso quieres enmendar un error con otro más grande?” Nótese la libertad que tenían los espartiatas para expresar sus opiniones, incluso ante el rey.

El caso es que Agis se dio cuenta de su errónea decisión y mandó regresar a Tegea. Afortunadamente para ellos, los comandantes argivos creyeron que la maniobra era una trampa para hacerles abandonar las alturas, y no bajaron a perseguirles. Al parecer, los espartanos habían puesto en práctica esa táctica algunas veces: cuando los perseguidores creían tener la victoria a su alcance, los espartiatas daban la vuelta, aprovechando su entrenamiento superior, y convertían la retirada en triunfo.

El caso es que los espartanos aún tenían el problema de cómo hacer que los de Argos dejaran sus posiciones. Al final, siguieron el consejo de los tegeos: la destrucción de cosechas que habían llevado a cabo días antes no era muy eficaz porque por ese tiempo ya habían sido recogida la mayoría de los cereales, pero los tegeos propusieron desviar un río para que inundara las tierras y produjera un daño duradero, que los mantineos no pudieran soportar, y se obligara a los aliados a presentar batalla.

Quizás por que los argivos vieron en qué se ocupaban los espartanos, quizás porque los del partido democrático les obligaran, finalmente los comandantes de Argos bajaron a la llanura de Mantinea y presentaron el orden de batalla: mantineos en el lugar de honor a la derecha (defendían su territorio), arcadios a su lado, argivos en el centro y atenienses y otros aliados a la izquierda.

Cuando Agis se dio cuenta de que el enemigo estaba ya preparado para la batalla, formó apresuradamente su ejército: esciritas y neodamodes (ilotas libera­dos) a la izquierda, espartiatas y periecos en el centro, tegeos bajo mando espartiata a la derecha. Ambos ejércitos eran similares, aproximadamente entre 30000 y 35000, de los cuales entre 8000 y 9000 eran hoplitas,

En las batallas entre hoplitas, como cada hombre lleva el escudo con la izquierda, su flanco derecho queda desprotegido, a no ser que se aproxime al hoplita de su derecha, quedando así defendido tras su escudo. Esto ocasionaba siempre una desviación de los ejércitos de hoplitas hacia la derecha. Los generales lo conocían, pero hasta bien entrado el siglo – IV la profesionalización del ejército no fue la suficiente como para corregir completamente este problema.


En Mantinea la proporción de hoplitas era alta, así que este problema tuvo mayor importancia relativa. Al aproximarse, ambos ejércitos bascularon hacia su derecha, lo que hizo que los contendientes girasen en sentido horario, y los espartanos y tegeos rebasasen a los atenienses y argivos de enfrente, mientras que en la otra ala, los mantineos sobrepasaban a los esciritas y neodamodes.

Agis temió que su ala izquierda fuese separada y mandó que se desplazase a la izquierda, pero con ello se separó del centro y abrió un hueco. Para evitarlo, ordenó a dos compañías de la derecha que cerrasen la brecha, pero los comandantes se negaron para evitar nuevos agujeros en la formación. Este hecho no tiene precedentes en las guerras griegas, pero muy posiblemente, la negativa de los comandantes salvó a Esparta de una derrota sonada, según creen estudiosos contemporáneos, como Donald Kagan.

Aunque Agis intentó que su ala izquierda regresase, no dio tiempo, y cuando se produjo el choque, los espartanos tenían un descosido considerable entre los neodamodes y los espartanos.

Los mantineos, arcadios y los argivos del ala derecha aislaron el ala izquierda de Agis y la empujaron, tratando de rodearla y aniquinarla. Sólo el entrenamiento de las tropas que combatían con espartanos, aún sin tener su experiencia, evitó el desastre.

En cambio, en el otro lado del campo de batalla la situación era justo la contraria: los espartanos y tegeos pusieron en fuga rápidamente al ala izquierda de la coalición, formada por veteranos argivos y atenienses, que lograron salvarse gracias a la caballería, que frenó el ímpetu espartano, y a la propia evolución de la batalla.

Se dio entonces una extraña circunstancia, porque cualquiera de los dos ejércitos pudo haber vencido. En esta situación, con frecuencia el ejército perseguidor perdía la cohesión, y un fulgurante contraataque con tropas de refresco podía invertir la situación. Ambos cuerpos estaban en disposición de hacerlo, pero sólo los espartanos lo llevaron a cabo.

Agis, viendo a su ala izquierda derrotada, ordenó parar la persecución de los veteranos argivos y los atenienses, y volver en auxilio de la otra sección. Inesperadamente, el grupo de hoplitas argivos de élite y sus aliados se vieron rodeados, y la batalla pronto estuvo decidida.

Los espartanos de Agis se prepararon a masacrar a los argivos pero, al parecer, un consejero del rey, que Diodoro vuelve a identificar como Farax, se llevó aparte a Agis y le aconsejó que procurase un camino de huida para Los Mil, el cuerpo de élite argivo reclutado entre los oligarcas de Argos.

Diodoro sugiere que la causa de este hecho está en que Los Mil aún no habían sido derrotados, y podían causar mucho daño aún, pero es más que dudoso que, viéndose rodeados por los belicosos espartanos, y en inferioridad aplastante, los argivos hubieran podido hacer poco más que suumbir con honor. No. parece que ese motivo obedece más a un intento de Diodoro de excusar una decisión complicada, que a la realidad.

Será más posible acertar si pensamos en una decisión política. Al dejar libres a los oligarcas argivos, Agis y Fárax (si fue él quien le aconsejó) consiguen al menos dos cosas:

  1. Masacrar a los mejores combatientes argivos, hijos de las principales familias oligárquicas de Argos, aumentaría el poder de los proatenienses y echaría a Argos en los brazos de Atenas; en cambio, al dejarle libres, mejoraron sus relaciones con el partido pro-espartano oligárquico. De hecho, al año siguiente este partido dio un golpe de estado que derribó al Gobierno democrático, si bien este nuevo régimen duró pocos meses.
  2. Existía mucha desconfianza en Argos hacia el partido oligárquico, de quien se decía que no se empleaba a fondo en la guerra y que se entendía con Esparta. Al dejarlos libres, aumentaron ls sospechs de tongo.

Es curioso cómo las fuentes tratan de manera diferente la tregua de Agis con Argos de -419 y el consejo de Farax de dejar huir al cuerpo de élite argivo tras Mantinea. Evidentemente, se puede aducir que, ahora, la batalla ya había sido dada, pero lo cierto es que el ejército de Argos no había sido destruido en Mantinea, sus combatientes de élite habían salido casi sin ningún rasguño, y los argivos no se inclinaron del lado de los espartanos, ni tras la tregua pactada por Agis ni tras la batalla de Mantinea. Da una sensación de que, lo que a Agis casi le cuesta el destierro o algo peor, se nos presenta ahora como una astucia refinada por parte de uno de sus consejeros.

Las consecuencias inmediatas de la batalla de Mantinea fueron las siguientes:

  1. Fuertes pérdidas para el contingente aliado: sufrieron unas mil cien bajas, por trescientas espartanas.
  2. La mayoría de las bajas las sufrieron mantineos y arcadios, lo que ocasionó el cese de su resistencia ante Esparta. El cuerpo ateniense también sufrió importantes pérdidas, aunque en comparación con el número de habitantes de Atenas prácticamente no se notó.
  3. Restauración del prestigio militar espartano, y vuelta a la obediencia de sus tradicionales aliados.
  4. Atenas abandona el plan de invasión del Peloponeso y fija su vista en un objetivo más ambicioso: la conquista de Sicilia.

MANTINEA (I): ANTECEDENTES


La Guerra del Peloponeso enfrentó, en la Grecia del siglo -V a Atenas y su imperio marítimo, la Liga de Delos, con una coalición de estados temerosos de la hegemonía ateniense, la Liga del Peloponeso, dirigida por Esparta.
La pugna se extendió de -431 a -404 pero, en realidad, consistió en una serie de enfrentamientos entre las dos alianzas, con periodos de paz, treguas y frecuentes negociaciones para poner fin a la sangría.
El primer periodo de la guerra recibe el nombre de Guerra arquidámica, por el rey de Esparta que dio comienzo a las hostilidades, y se extiende de -431 a -421. Este año, el fallecimiento, en muy breve espacio de tiempo, de Cleón el ateniense y Brásidas el espartano, fue tomado por muchos como una señal de los dioses para cesar la cruenta guerra civil entre helenos. Los partidarios de la paz de ambas potencias, durante algún tiempo, se impusieron.

Lo cierto es que ambas ciudades necesitaban un respiro. Atenas era invencible en el mar, y Esparta por tierra no tenía parangón, por lo que las polis se desangraban sin esperanza de llegar a un pronto final. La crisis demográfica provocada por las pestilencias, la propia guerra y la destrucción de las cosechas hacía necesario un parón en los combates, para recuperar fuerzas, permitir que los prisioneros volvieran a sus casas, y rearmarse.

Con estas perspectivas, claro era que ninguna paz podía ser duradera. Los partidarios de la guerra callaron por un tiempo, pero la reanudación de los combates era cuestión de tiempo. De hecho, como cuenta Tucídides, las hostilidades cesaron completamente sólo en territorio de los dos principales contendientes, pero los aliados de ambos gigantes nunca dejaron por completo de involucrarse en pequeños enfrentamientos, y fuera del Ática y de Laconia, tanto Atenas como Esparta procuraron por todos los medios perjudicar a su rival.

La paz fue favorecida por el general ateniense Nicias, por lo que se le llama paz de Nicias. Nació con vocación de durar cincuenta años, aunque apenas duró dos. Ambos bandos devolvían los territorios conquistados, y se intercambiaban prisioneros.

En conjunto, aunque teóricamente suponía un empate, con vuelta a la casilla de salida, los atenienses se vieron favorecidos por este tratado. El orgullo espartano hizo que entregaran muchos más prisioneros atenienses a cambio de sus hombres, y los aliados de Esparta sufrieron una gran decepción. Esparta no había logrado liberarles de la tiranía ateniense, como había prometido, y sintieron que, tras diez años de combates, renunciar a los avances a cambio de salvar el orgullo espartano era tremendamente frustrante. Tebas denunció el tratado, y los atenienses tuvieron una excusa para seguir intrigando.

En el Peloponeso, Argos se había mantenido neutral, consciente de su falta de recursos para mantener una guerra larga. Pero tras los daños sufridos por Esparta en la guerra, vio una oportunidad para reeditar viejas épocas de gloria. Alcibíades, el dandy ateniense, mandó emisarios yen -420 negoció la formación de una coalición antiespartana de ciudades del Peloponeso, con Mantinea, Corinto, Arcadia y Élida, entre otras, bajo la dirección de Argos, y una Atenas en la sombra.

Si los espartanos hubieran estado tan débiles como creían los argivos y sus aliados, esto hubiera sido el fin de Esparta. En -419 los argivos atacaron Epidauro, con la clara intención de proporcionar a Atenas un punto de desembarco. La guerra era ya inevitable. Los espartanos no podían tolerar que sus enemigos pusieran pie en el Peloponeso, y reforzaron la ciudad atacada por mar. Sorprendentemente, los atenienses no usaron su propia flota para bloquear a los espartanos o desembarcar en otro punto. Sin duda los espartiatas aún infundían un saludable temor, y Atenas dudaba aún en declarar las hostilidades de manera abierta, aunque denunciaron simbólicamente el Tratado de Nicias.

Esparta decidió castigar a Argos. Mandó emisarios a sus aliados para que enviaran cuerpos expedicionarios con que formar un ejército de castigo. Habitualmente, los ejércitos espartanos solían estar formados por una minoría de espartanos de pleno derecho, con ilotas (esclavos), periecos (hombres libres de las ciudades cerca de Esparta) y aliados. En este caso, el llamamiento, pese a la supuesta debilidad de Esparta, hizo su efecto, e incluso aliados reticentes, como Corinto, volvieron a pasarse al lado de Esparta, mandando hombres.

Los argivos trataron de adelantarse, marchando al centro del Peloponeso para conseguir una decisiva victoria antes de la reunión de sus enemigos. Sin embargo, el rey Agis II Euripóntida maniobró astutamente y, dividiendo sus tropas en un cuerpo más pequeño de espartiatas y otro mayor de beocios, corintios y aliados, rodeó a los de Argos y les obligó a capitular. Sorprendentemente para sus conciudadanos, en lugar de masacrarlos negoció una tregua con sus representantes y les dejó escapar.

De regreso a Esparta, Agis tuvo que hacer frente a críticas muy duras y, sin duda, cuando negoció la tregua con Argos debió haberlo imaginado… ¿Por qué lo hizo?

Sin duda, la pérdida del cuerpo expedicionario argivo hubiera supuesto el final de los sueños de Argos de disputar a Esparta la supremacía en el Peloponeso, evitando los riesgos de otra campaña en la que quizás los atenienses no tomasen un papel tan pasivo, así que resulta difícil comprender el acto de Agis.

Sólo podemos especular; las fuentes conservadas son hostiles al rey espartano, y no nos dan su versión. Hay que partir de la base de que Agis pensaba que Argos respetaría la tregua. Fue un hombre valiente, y aunque cometió errores estratégicos importantes en algunas campañas, no estaba tan loco como para dejar escapar al enemigo sin una buena razón, ni era, de ninguna manera, un cobarde o un pacifista a ultranza.

Una posibilidad es que Agis, conocedor de que en Argos existía un poderoso partido pro-espartano, los oligarcas, tratase de atraerse a los argivos, hasta el momento neutrales en la guerra contra Atenas, con vistas a la inevitable reanudación de la guerra contra su principal enemigo.

Otra posible explicación es que temiese que una victoria demasiado aplastante de Esparta alarmase a Atenas y desencadenase una reanudación de las hostilidades antes de estar preparados.

En todo caso, visto en perspectiva, la tregua fue un error, que pudo haber costado cara a Esparta. Y así lo entendieron los espartanos, que le pidieron explicaciones, estuvieron a punto de condenarle al pago de una astronómica suma y la destrucción de su casa, y le impusieron un Consejo de diez consejeros (xymbouloi) espartiatas que, a partir de entonces, tenían la misión de aprobar sus decisiones estratégicas.

Los argivos, al menos el partido democrático pro-ateniense, no sólo no se dejaron impresionar por la generosidad de Agis, sino que la interpretaron como debilidad y ese mismo año capturaron Orcomeno, a cuatro pasos de matinea y de capital importancia estratégica y, al año siguiente, en -418, invadieron nuevamente el corazón del Peloponeso con un ejército de aliados mantineos, arcadios y un cuerpo expedicionario ateniense. Atenas y Esparta técnicamente aún estaban en paz, pero como hemos dicho ambas ciudades –estado buscaron hacer todo el daño posible a su enemigo de manera indirecta, y en este caso la excusa fue que la expedición no estaba dirigida contra la propia Esparta, sino contra uno de sus aliados, Tegea. Aunque técnicamente no se rompía la paz, todos sabían que los espartanos no podían dejar de responder a la provocación contra Tegea, y los atenienses creyeron que la invasión argiva supondría un levantamiento generalizado de los peloponesios contra Esparta, así que la apoyaron con unos mil hoplitas y un cuerpo de unos trescientos caballeros.