viernes, 5 de junio de 2009

MANTINEA (I): ANTECEDENTES


La Guerra del Peloponeso enfrentó, en la Grecia del siglo -V a Atenas y su imperio marítimo, la Liga de Delos, con una coalición de estados temerosos de la hegemonía ateniense, la Liga del Peloponeso, dirigida por Esparta.
La pugna se extendió de -431 a -404 pero, en realidad, consistió en una serie de enfrentamientos entre las dos alianzas, con periodos de paz, treguas y frecuentes negociaciones para poner fin a la sangría.
El primer periodo de la guerra recibe el nombre de Guerra arquidámica, por el rey de Esparta que dio comienzo a las hostilidades, y se extiende de -431 a -421. Este año, el fallecimiento, en muy breve espacio de tiempo, de Cleón el ateniense y Brásidas el espartano, fue tomado por muchos como una señal de los dioses para cesar la cruenta guerra civil entre helenos. Los partidarios de la paz de ambas potencias, durante algún tiempo, se impusieron.

Lo cierto es que ambas ciudades necesitaban un respiro. Atenas era invencible en el mar, y Esparta por tierra no tenía parangón, por lo que las polis se desangraban sin esperanza de llegar a un pronto final. La crisis demográfica provocada por las pestilencias, la propia guerra y la destrucción de las cosechas hacía necesario un parón en los combates, para recuperar fuerzas, permitir que los prisioneros volvieran a sus casas, y rearmarse.

Con estas perspectivas, claro era que ninguna paz podía ser duradera. Los partidarios de la guerra callaron por un tiempo, pero la reanudación de los combates era cuestión de tiempo. De hecho, como cuenta Tucídides, las hostilidades cesaron completamente sólo en territorio de los dos principales contendientes, pero los aliados de ambos gigantes nunca dejaron por completo de involucrarse en pequeños enfrentamientos, y fuera del Ática y de Laconia, tanto Atenas como Esparta procuraron por todos los medios perjudicar a su rival.

La paz fue favorecida por el general ateniense Nicias, por lo que se le llama paz de Nicias. Nació con vocación de durar cincuenta años, aunque apenas duró dos. Ambos bandos devolvían los territorios conquistados, y se intercambiaban prisioneros.

En conjunto, aunque teóricamente suponía un empate, con vuelta a la casilla de salida, los atenienses se vieron favorecidos por este tratado. El orgullo espartano hizo que entregaran muchos más prisioneros atenienses a cambio de sus hombres, y los aliados de Esparta sufrieron una gran decepción. Esparta no había logrado liberarles de la tiranía ateniense, como había prometido, y sintieron que, tras diez años de combates, renunciar a los avances a cambio de salvar el orgullo espartano era tremendamente frustrante. Tebas denunció el tratado, y los atenienses tuvieron una excusa para seguir intrigando.

En el Peloponeso, Argos se había mantenido neutral, consciente de su falta de recursos para mantener una guerra larga. Pero tras los daños sufridos por Esparta en la guerra, vio una oportunidad para reeditar viejas épocas de gloria. Alcibíades, el dandy ateniense, mandó emisarios yen -420 negoció la formación de una coalición antiespartana de ciudades del Peloponeso, con Mantinea, Corinto, Arcadia y Élida, entre otras, bajo la dirección de Argos, y una Atenas en la sombra.

Si los espartanos hubieran estado tan débiles como creían los argivos y sus aliados, esto hubiera sido el fin de Esparta. En -419 los argivos atacaron Epidauro, con la clara intención de proporcionar a Atenas un punto de desembarco. La guerra era ya inevitable. Los espartanos no podían tolerar que sus enemigos pusieran pie en el Peloponeso, y reforzaron la ciudad atacada por mar. Sorprendentemente, los atenienses no usaron su propia flota para bloquear a los espartanos o desembarcar en otro punto. Sin duda los espartiatas aún infundían un saludable temor, y Atenas dudaba aún en declarar las hostilidades de manera abierta, aunque denunciaron simbólicamente el Tratado de Nicias.

Esparta decidió castigar a Argos. Mandó emisarios a sus aliados para que enviaran cuerpos expedicionarios con que formar un ejército de castigo. Habitualmente, los ejércitos espartanos solían estar formados por una minoría de espartanos de pleno derecho, con ilotas (esclavos), periecos (hombres libres de las ciudades cerca de Esparta) y aliados. En este caso, el llamamiento, pese a la supuesta debilidad de Esparta, hizo su efecto, e incluso aliados reticentes, como Corinto, volvieron a pasarse al lado de Esparta, mandando hombres.

Los argivos trataron de adelantarse, marchando al centro del Peloponeso para conseguir una decisiva victoria antes de la reunión de sus enemigos. Sin embargo, el rey Agis II Euripóntida maniobró astutamente y, dividiendo sus tropas en un cuerpo más pequeño de espartiatas y otro mayor de beocios, corintios y aliados, rodeó a los de Argos y les obligó a capitular. Sorprendentemente para sus conciudadanos, en lugar de masacrarlos negoció una tregua con sus representantes y les dejó escapar.

De regreso a Esparta, Agis tuvo que hacer frente a críticas muy duras y, sin duda, cuando negoció la tregua con Argos debió haberlo imaginado… ¿Por qué lo hizo?

Sin duda, la pérdida del cuerpo expedicionario argivo hubiera supuesto el final de los sueños de Argos de disputar a Esparta la supremacía en el Peloponeso, evitando los riesgos de otra campaña en la que quizás los atenienses no tomasen un papel tan pasivo, así que resulta difícil comprender el acto de Agis.

Sólo podemos especular; las fuentes conservadas son hostiles al rey espartano, y no nos dan su versión. Hay que partir de la base de que Agis pensaba que Argos respetaría la tregua. Fue un hombre valiente, y aunque cometió errores estratégicos importantes en algunas campañas, no estaba tan loco como para dejar escapar al enemigo sin una buena razón, ni era, de ninguna manera, un cobarde o un pacifista a ultranza.

Una posibilidad es que Agis, conocedor de que en Argos existía un poderoso partido pro-espartano, los oligarcas, tratase de atraerse a los argivos, hasta el momento neutrales en la guerra contra Atenas, con vistas a la inevitable reanudación de la guerra contra su principal enemigo.

Otra posible explicación es que temiese que una victoria demasiado aplastante de Esparta alarmase a Atenas y desencadenase una reanudación de las hostilidades antes de estar preparados.

En todo caso, visto en perspectiva, la tregua fue un error, que pudo haber costado cara a Esparta. Y así lo entendieron los espartanos, que le pidieron explicaciones, estuvieron a punto de condenarle al pago de una astronómica suma y la destrucción de su casa, y le impusieron un Consejo de diez consejeros (xymbouloi) espartiatas que, a partir de entonces, tenían la misión de aprobar sus decisiones estratégicas.

Los argivos, al menos el partido democrático pro-ateniense, no sólo no se dejaron impresionar por la generosidad de Agis, sino que la interpretaron como debilidad y ese mismo año capturaron Orcomeno, a cuatro pasos de matinea y de capital importancia estratégica y, al año siguiente, en -418, invadieron nuevamente el corazón del Peloponeso con un ejército de aliados mantineos, arcadios y un cuerpo expedicionario ateniense. Atenas y Esparta técnicamente aún estaban en paz, pero como hemos dicho ambas ciudades –estado buscaron hacer todo el daño posible a su enemigo de manera indirecta, y en este caso la excusa fue que la expedición no estaba dirigida contra la propia Esparta, sino contra uno de sus aliados, Tegea. Aunque técnicamente no se rompía la paz, todos sabían que los espartanos no podían dejar de responder a la provocación contra Tegea, y los atenienses creyeron que la invasión argiva supondría un levantamiento generalizado de los peloponesios contra Esparta, así que la apoyaron con unos mil hoplitas y un cuerpo de unos trescientos caballeros.

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