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domingo, 31 de mayo de 2009

SALAMINA: LA BATALLA

En la Antigüedad, los historiadores como Herodoto no solían hacer mucha referencia a la estrategia seguida por los mandos militares en las campañas. Su labor se limitaba más bien a recabar información de las fuentes directas, si tenían acceso a ellas, o de las indirectas, que a su vez, básicamente, recopilaban las historias de los protagonistas de los hechos que contaban, pero rara vez realizaban análisis crítico de las versiones recibidas, y menos aún de la documentación conservada.

La batalla de Salamina no iba a ser una excepción. El relato de Herodoto, el más extenso de los que han llegado a nosotros, es una colección de anécdotas personales de las que él mismo duda, en ocasiones:
"No estoy en realidad, tan informado de los acontecimientos, que pueda decir puntualmente que pueda decir de algunos particulares capitanes, ya sea de los bárbaros, ya de los griegos, cuánto se esforzó cada uno en la contienda" (Herodoto, 8, LXXXVVII)
Como todo el mundo puede comprender, al terminar una batalla sólo los vivos pueden dar su versión de los hechos, y así ocurre que "la historia la escriben los vencedores".

El caso más paredigmático de esta verdad, a pesar de formar en el bando de los derrotados, lo tenemos en el suceso de Artemisia, gobernadora de Halicarnaso que, según cuenta Herodoto, se vio muy apurada por la persecución de una nave ateniense y, al tratar de huir, embistió al trirreme del rey de Calinda, Damasatimo, mandandole al fondo del mar.

En la confusión de la pelea era a veces difícil ver quién era amigo y enemigo y, los atenienses que iban en persecución de Artemisia, viendo que había atacado la línea persa, la creyeron de su lado, o al menos pensaron que desertaba, y cesaron de darle caza. Pero, por si fuera poco, el rey Jerjes, al ver la furia con que aquella nave había embestido, preguntó a los consejeros quién era. Los consejeros no habían llegado a distinguir la insignia de la nave calcidense, tan rápido se fue a pique, pero conocieron, e informaron puntualmente, que el barco atacante era el de Artemisia. Jerjes, no pudiendo imaginar que la de Halicarnaso atacase otros barcos más que los de los griegos, dijo amargamente: "A mi los hombres se me vuelven mujeres, y las mujeres hombres" y, según Herodoto, la tuvo por aún más estimable.

La suerte para la reina, claro, estuvo en que no sobreviviera ningún tripulante de la nave hundida. Y, cosa aún más curiosa, Artemisia y Damasatimo, Halicarnaso y Calinda, habían tenido alguna pendencia tiempo atrás, por lo que todo el episodio resulta aún más confuso, y la verdadera causa de que Artemisia, al huir, abordase precisamente esa nave, nunca la conoceremos.
Bien. Comentada la dificultad de acudir a las fuentes antiguas para conocer la verdadera historia militar de una batalla, podemos hacer algunas conjeturas con la auda de un pequeño esquema de la batalla.

Los persas contaban con una clara superioridad numérica; las fuentes antiguas hablan de 1200 barcos, pero sin duda es una exageración, y quizás ese número se refiera a los efectivos de la flota íntegra, al comenzar campaña. Los historiadores modernos se inclinan a creer que la flota que tomó parte en la batalla de Salamina, por parte persa, pudo ser de unos 700 - 800 barcos. Que ya son.

Es falsa la idea extendida de la baja calidad de la flota persa. Algunas de las flotillas que seguían al Gran Rey eran excelentes, como los fenicios o los egipcios, pero estos últimos navegaban circunvalando la isla de Salamina para formar una pinza y rodear a los griegos. También la flota de los aliados griegos del Gran Rey era de una gran calidad. Sin embargo, otra cosa era la confianza que se podría depositar en la lealtad de algunos de los súbditos del rey: los griegos estaban allí, en gran parte, por la fuerza, y lo mismo se puede decir de los egipcios, que siempre consideraron a los persas como déspotas de quien intentaron liberarse.

Los súbditos de Jerjes más confiables, los propios persas y medos, y los originarios del Asia Central, tenían pocas cualidades marineras, y muchos de ellos no sabían nadar.
Los griegos tenían entre 360 y 380 trirremes, (Esquilo, que peleó en Salamina, dice que fueron unos 310; otros los rebajan aún más, como Hipérides, a 220, pero posiblemente sea conintención de ampliar la gloria de la victoria) de los que la mitad eran atenienses, y en número de efectivos le seguía Corinto, con 40. Esparta sólo aportaba 16.

El corazón de la flota, los trirremes atenienses, habían sido construidos en su mayor parte por consejo de Temístocles pocos años antes con la plata obtenida en las minas de Laurión, y en principio prensentaban mayor uniformidad, maniobrabilidad y manejabilidad que sus enemigos, lo que no fue poco importante para lo que se avecinaba.

Efectivamente, al entrar los persas en los canales de Salamina por el Sur, fenicios a la derecha, jonios a la izquierda, se produjeron embotellamientos, sobre todo en el ala izquierda, y los jonios se retrasaron.

Al parecer, los griegos comenzaron la acción retirándose un poco, sea por el lógico temor a iniciar la batalla contra fuerza tan temible, sea por táctica, para que el enemigo descompusiese su línea. Herodoto cuenta una historia que, según él, "circula entre los atenienses", que acusan a las naves corintias de abandonar la flota aliada y navegar hacia el norte en clara huida. Cosa que, claro está, niegan los corintios. Recordemos que, mientras Herodoto escribe sus libros, Corinto y Atenas están enfrentadas, y lo entenderemos todo.

El caso es que, separados los fenicios del resto de la flota persa, los atenienses, que estaban frente a ellos, bogaron a toda marcha y embistieron con tal ímpetu que la primera línea fenicia fue rechazada hacia atrás, chocando con la segunda y tercera líneas. Los barcos fenicios apenas podían moverse, colisionando entre ellos mismos, y los atenienses, con barcos más modernos, más pequeños, manejables y en mejor lugar para maniobrar, hundieron varias decenas de ellos en un santiamén.

Incluiremos aquí otra folklórica anécdota de Herodoto. Los capitanes de los barcos fenicios, que se habían salvado a nado, fueron a presentar sus excusas al Gran Rey, que contemplaba la batalla desde su trono y, con ese reflejo tan humano, trataron de echar la culpa a otro. Y, a ser posible, a otro que no estuviera allí. "Los jonios -dijeron- se han retrasado intencionadamente, no han presentado batalla, son unos traidores".

Quiso su mala suerte que los jonios habían llegado ya a la altura de los espartanos y otros barcos aliados y, al trabar batalla, algunas de sus acciones fueron bastante afortunadas, como la de una nave samotracia que logró dar cuenta de una ateniense y una egineta, lo cual, observado por Jerjes, le movió a descargar su ira contra los fenicios que tan sin motivo acusaban, y los ejecutó en el acto.

El caso es que, al final del día, la victoria estaba del lado griego sin paliativos. El fracaso persa había sido estrepitoso: habían perdido unos 200 barcos y los griegos sólo unos 40.

Aristides el Justo capitaneó un destacamento que desembarcó en la isla de Psitalea, en medio de los estrechos, que había sido ocupada por unos 400 persas (es la cifra que da Herodoto, aunque los autores modernos la ven un poco exagerada), en previsión que allí irían a parar muchos de los marineros de los barcos griegos hundidos. Todo salió al revés de lo planeado por Jerjes, y Aristides pasó a cuchillo a los persas que ocupaban el islote. Justo sí, pero no tonto.

Los restos de la flota persa regresaron, mal que bien, a su fondeadero de Falero. En su retirada fueron hostigados por los eginetas, pero no hay motivo para creer que les causaran mucho más daño, y el colorista relato que hace Herodoto de los ataques de Egina, hasta hacer de ellos los mejores luchadores de la batalla, suena un poco a euforia desmedida.

Pero, en realidad, si hacemos cuentas, la flota remanente persa aún era, en número, superior a todo lo que los griegos podían poner a flote. Su ejército no había sido derrotado en tierra; por el contrario, había capturado y destruido la mayor ciudad del enemigo. Jerjes, pese a la frustración de una derrota con la que no contaba, no se consideró derrotado en la campaña.

Ante él se abrían dos posibilidades: continuar la guerra o preparar cuarteles de invierno

miércoles, 25 de marzo de 2009

VA UN BEOCIO Y DICE... LA DESTRUCCIÓN DE TEBAS (II)

2.- ¿Culpable o inocente?

Los relatos posteriores inspirados en Clitarco cargan contra Alejandro como culpable de la ruina de Tebas. Si bien se muestran de acuerdo en que las atrocidades las cometieron los fócidos, los plateos, los tespios y otros beocios (que tenían muchísimo que vengar de la crueldad tebana: unos años antes, Atenas, para conseguir la alianza de Tebas contra Filipo, le habia dejado mano libre contra varias ciudades, que fueron destruidas por Tebas y cuyos habitantes pasaron a ser fieles aliados de Filipo) acusan a Alejandro de no haber impedido la matanza.

Como es común, omiten varios puntos, lo que no es raro, pues eran enemigos de Alejandro; es más extraño que historiadores posteriores no hayan querido ver dichos puntos:

1) El primero es que Tebas había roto la carta de la Confederación griega formada por Filipo de múltiples maneras:

a)-había dejado regresar a los exiliados (que habían sido desterrados a cambio de que Filipo no tomara otras represalias, y entre otras cosas a cambio de salvar sus vidas),

b)-había atacado la guarnición macedonia;

c)-había denunciado a la Confederación como una tiranía, punto que más dolió a Alejandro, y

d)-había declarado públicamente que abrazaba la causa del gran rey de Persia e invitaba al resto de los griegos a unirse a Persia contra Macedonia.

2) Pese a ello, Alejandro no pretendía la destrucción de la ciudad, y por ello aparcó sus tropas ante las murallas pacientemente, mientras en el interior se sucedían los debates, confiando en que los pacifistas lograrían imponerse. Ya queda dicho que todos los autores refieren que muchos notables tebanos abogaban por hacer las paces con los macedonios, y quizás al final lo hubiesen logrado de no ser por el ataque de Pérdicas, que precipitó todo.

3) Un punto importante es si Alejandro podía controlar a las tropas de la Confederación griega no macedonias que luchaban con él. No cabe duda que, en Asia, la lealtad hacia él había crecido de manera que un pillaje hubiera sido muy difícil sin la connivencia de Alejandro, pero en la toma de Tebas, los tespios, foceos y plateos, que odiaban a Tebas, resultaron sin duda casi imposibles de controlar. Ni siquiera eran, como las tropas regulares tracias, mercenarias que obedecían a Alejandro ciegamente por un juramento de lealtad personal (cuyo alcance no está suficientemente explicado por el significado actual de “mercenario”; los mercenarios griegos fueron los únicos que siguieron a Darío en el momento de su muerte; los mercenarios agrianos destacaron entre las mejores tropas de Alejandro) Después de todo, Alejandro ni era su rey ni era Magno aún; no era más que un rey novato, hijo del gran rey Filipo, al que estaban ayudando para destruir a los odiosos tebanos. Diez días antes, cuando se unieron a él, no lo conocían más que de nombre.

4) Un cuentecillo que se cuenta aquí, de ser cierto, aclararía completamente la duda: dícese que Timoclea, noble tebana, fue asaltada por un oficial tracio con intenciones de violarla y de apoderarse de su oro. O Timoclea no era muy agraciada, o el oficial era muy avaricioso, pues prefirió empezar por el dinero, lo que aprovechó la noble para hacerle asomar a un pozo, arrojarle a él, y apiolarle a base de lapidarle. Sus hombres, buscándole, dieron con Timoclea, averiguaron lo ocurrido y condujeron ante el rey a la mujer, que resultó ser viuda y hermana de nobles que habían peleado –y muerto- contra Alejandro en Queronea. Alejandro le perdonó, así como a los tebanos promacedonios, la familia de Píndaro (inevitable referencia en todas las historias de Alejandro) y otros. Resulta interesante que los tracios, en lugar de asesinar a la mujer que había matado a su jefe (conducta que vemos casi sistemáticamente hasta en las guerras del siglo XXI) la llevaron ante Alejandro, y se conformaron ante la exculpación del rey.

5) Más allá de lo ejemplarizante de la historia, destacaremos un par de detalles:

a)-el primero, y evidente, es que Alejandro no había dado ni orden de exterminio, ni manga ancha para el saqueo, pues de ser así, es claro que los tracios no hubieran llevado ante el rey a quien había matado a su comandante; eso es seguro;

b)-el segundo, explicación de lo anterior, es que los tracios eran tropas regulares, que conocían y respetaban a Alejandro, en contraposición a los aliados griegos, que como he dicho hacia menos de quince días que se habían aliado a él; y

c)-el tercero es que, ante el veredicto absolutorio de Alejandro, no se oyó ni una protesta, lo que hubiera resultado inconcebible si hubiera estado en marcha una “limpieza étnica” de tebanos. De hecho no hubo nunca tal intención de exterminio tebano en la mente de Alejandro, y en el futuro, dicen los historiadrores, favoreció siempre que pudo a los tebanos que se encontró en su camino.

6) Por último, otro punto a destacar es que habitualmente, y erróneamente se identifica la toma de la ciudad, con la posterior destrucción de la misma, para achacarlas ambas a Alejandro, como una cosa inaudita. Es cierto que en la toma de la ciudad se produjo la matanza de varios cientos o miles de tebanos, principalmente por los aliados griegos de Alejandro; pero tal cosa por desgracia no era nueva entre los helenos. Las historias de unión panhelénica en las guerras médicas, hermandad entre Platea y Atenas, Leónidas y los 300, etc, sirven para ocultar la dureza de las guerras mesenias, de la guerra del Peloponeso, etc, y, mucho más cercano, las guerras sagradas, que, antes de la entrada de Filipo, se habían caracterizado por verdaderas salvajadas contra los foceos (1ª guerra, 3ª Guerra Sagrada en el cómputo global de Grecia) y anfisos (2ª guerra, 4ª en el cómputo global). La Liga Sagrada pretendía arrojar por los acantilados a los foceos capturados en la 1ª Guerra Sagrada (3ª en el global); Filipo convenció a la Liga para que lo cambiasen por una multa; Demóstenes (cómo no, el campeón de la libertad) convenció a los atenienses de que los foceos eran mártires del cruel Filipo.

7) En realidad, la toma de la ciudad no supuso la destrucción de la misma. Pero tras la caída de Tebas, se planteó a Alejandro el dilema de qué hacer con Tebas. No sabemos que hubiera ocurrido si el hecho hubiera sucedido unos años más tarde, cuando el prestigio del rey era inmenso. Posiblemente la suerte de Tebas hubiera sido mucho menos cruel, porque no cabe duda de que Alejandro quiso salvarla.

8) Es el caso que Alejandro no quería tratar la rebelión de Atenas, Tebas y sus aliados (Arcadia, Etolia, etc.) como una sublevación contra Macedonia, sino contra la Confederación griega, de la que él era el hegemón o líder. Por eso había recogido las tropas foceas, tespias, orcómenas y plateas en su carga contra Tebas, como una manera de darse legitimidad, porque en realidad con sus tropas macedonias tenía más que de sobra para derrotar a Tebas. Pero si quería continuar creyendo en la empresa común griega contra persa, no podía tratar la cuestión tebana como un asunto de su exclusiva decisión.

9) Al día siguiente de la caída de Tebas, Alejandro convocó la Asamblea de los aliados y sometió el caso, qué hacer con los prisioneros y la ciudad, a su juicio. Los confederados, que tenían sobrados motivos para odiar a Tebas, votaron por mayoría aplastante vender a los tebanos como esclavos y arrasar su ciudad. Un tanto hipócritamente, votaron que no haría falta repetir el escarmiento con Atenas, Arcada, Etolia u otras ciudades, que aprenderían el escarmiento. Se confirmaba la inquina especial que sentían hacia Tebas.

10) Alejandro habló personalmente contra la destrucción de la ciudad, pero había prometido cumplir las órdenes de la Confederación, y así lo hizo. Quienes critican a Alejandro por no obligar a cumplir sus deseos y creen que escondió hipócritamente sus designios criminales hacia Tebas tras los votos de la Asamblea, olvidan nuevamente que no se trata del Alejandro cuyo prestigio resultaba sobrenatural años después, sino del Alejandro de apenas veinte años que necesitaba alianzas para emprender la conquista del mundo.

11) Ciertamente, Alejandro intentó salvar todos los tebanos que pudo sin ofender a sus aliados: los pro-macedonios, los sacerdotes, la familia de Píndaro, de Timoclea, figuran entre los que obtuvieron clemencia de él. Y, para siempre, casi todos los tebanos que pidieron un favor de él, lo obtuvieron en memoria de la ciudad que no pudo salvar.
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CONCLUSIONES Irónicamente, los aliados tuvieron razón. El escarmiento en Tebas sirvió para subyugar la rebelión anti-macedónica bruscamente. Los huidos de Tebas se repartieron por toda Grecia (el acuerdo de los aliados prohibía también dar asilo a los refugiados tebanos, pero que se sepa Alejandro no puso especial empeño en cumplir esta parte del riguroso dictamen de la Confederación.

Los asustados atenienses, pese a que Demóstenes (que debía temer un castigo tartárico si caía en manos de Alejandro) clamaba por la resistencia a ultranza, pidieron la paz a gritos. Se interrumpieron los misterios de Eleusis para mandar una comisión, formada por los prohombres menos antimacedonios que pudieron encontrar en Atenas, para ¡felicitar a Alejandro por sus triunfos en Tracia y ante Tebas!

La comisión iba dirigida por Demades, un valiente y honrado orador, enemigo de Demóstenes, pero que había peleado también en Queronea contra Filipo, siendo capturado prisionero, mientras Demóstenes huía. E, increíblemente, también se incrustó en la delegación Demóstenes, que no se fiaba de Demades y los suyos, y sospechaba que le venderían. Demóstenes no llegó muy lejos. Conforme se acercaba a Tebas, se iba acongojando y, a las puertas del Ática, se despidió de los otros comisionados, argumentando que sin duda sin él conseguirían mejor resultado de las negociaciones con los macedonios, y volvió grupas hacia Atenas.

Alejandro les recibió bien, (aunque comentan que la primera nota de abyecta felicitación la había arrojado al fuego furioso, pues era Magno, pero no tonto) y se portó con ellos con generosidad. Incluso perdonó a Demóstenes, favor obtenido por los comisionados, y concedido por Alejandro, y que obviamente no era merecido. El regente Antípatro debió pensar que se había vuelto loco. Sin embargo, con la perspectiva de los años, no cabe duda de que Alejandro tenía razón:

-En su mente el objetivo era Persia y su imperio, y Atenas no era más que un Peón que necesitaba a su lado; matar a Demóstenes no hubiera servido más que para crear un mártir, y sólo tenemos que recordar, por ejemplo, la utilidad que en la actual guerra de Iraq ha tenido la muerte tras un simulacro de juicio de Sadam Hussein: ninguna. Un Demóstenes vivo podía hacer algún daño, pero muerto, hubiera convertido a Atenas en un divieso en la retaguardia. Y todos sabemos lo que pasa si se sienta uno sobre un divieso...

-Más importante aún, necesitaba ser generoso con Atenas para asegurarse el apoyo, o al menos la neutralidad, aunque sólo fuera aparente, de la flota ateniense. Una flota ateniense hostil, unida a la flota persa, hubiera sido una nuez demasiado gruesa y dura para los dientes macedonios...

VA UN BEOCIO Y DICE... LA DESTRUCCIÓN DE TEBAS (I)

I.- Alejandro se asegura el trono y pacifica su reino


Con la muerte de Filipo, sobre su cadáver, los nobles y los jefes se apiñaron alrededor de Alejandro y le aclamaron como rey. Eso en realidad no tiene nada de sospechoso. Alejandro era el primogénito del rey, con muchos años de diferencia, y además había dado muestras de mucha capacidad. Más allá de las anécdotas que se cuentan de él, lo cierto que el ejército le había seguido en la campaña iliria cuando no era más que un adolescente, y, como se demostró luego, estaba dispuesto a aceptarlo como su rey hasta el fin del mundo.

Un punto que haré notar, aunque no es más que una elucubración, es que la escena de la huida de Pausanias, el asesino de Filipo, es descrita como un intento de llegar hasta “los caballos. ¿Había más de un conspirador? ¿Pretendían asesinar también a su heredero, lo que llevaría con toda seguridad a una guerra civil en Macedonia?
Hay que hacer notar que, como diré luego, las leyes no escritas de Macedonia establecían que el heredero de un asesinado contraía una deuda de sangre que sólo podía ser lavada matando al asesino, luego matar al hijo ( en este caso a Alejandro) se consideraba normal, para evitar futuras venganzas.

Por otro lado, si los instigadores fueron Demóstenes o Persia tendría su lógica, aunque no tiene nada de seguro, pues ambos poderes subvaloraban catastróficamente a Alejandro, como se vio en seguida. En todo caso, si los instigadores no consideraban necesario sesinar a Alejandro, pudo ser una exigencia de Pausanias, que bien conocía el potencial de Alejandro, y sin duda no querría correr el peligro de dejarlo vivo.

Esquines, rival de Demóstenes, le acusó de ser el instigador del asesinato, basándose en lo que dije de que era imposible que hubiera sido informado tan pronto del crimen, si no estaba personalmente detrás...

Bien, el caso es que Alejandro fue proclamado rey y se encontró con un montón de problemas todos a la vez: Grecia denunció el tratado firmado bajo Filipo, Tesalia se sublevó, el norte (ilirios, triballos, tracios...) también, y la parte del ejército macedonio que operaba en Asia Menor al mando de Atalo (el suegro de Filipo, con el que una vez Alejandro llegó a las manos) amenazaba con volver a Pella, como luego tantas veces harían las legiones romanas, y se carteaba con Demóstenes para formar una alianza.. El otro general, Parmenión, no era sospechoso de traición.

Alejandro se aseguró el trono juzgando y ejecutando (los nobles macedonios tenían derecho a juicio) a varios nobles que podían disputarle el trono. Ignoramos si las pruebas contra ellos eran firmes o no, pero lo cierto es que la purga no fue indiscriminada: salvó a su hermanastro retrasado Arrideo, y a Alejandro de Lincestis, que se había apresurado a aclamarle rey.

Y lo cierto es que desprenderse de los competidores al trono era lo habitual en la sucesión de los monarcas macedonios y no extrañó a nadie.

De hecho, varios de los nobles condenados podían presumir de tener más sangre “azul que Alejandro, pues éste era medio epirota, como ya sabemos. Amintas, por ejemplo, primo de Alejandro, era realmente heredero al trono hasta que Filipo suprimió a su padre.

En fin, la sucesión macedonia era lo suficientemente enmarañada como para que nadie se extrañara de que Alejandro suprimiera a varios rivales (y posiblemente, algunos de ellos realmente conspiraban contra él). En todo caso, la condena fue tras juicio y los nobles macedonios aceptaron tal proceder.

De acuerdo con sus consejeros, se decidió que no podía reclamar a Atalo que se presentase a juicio (se sublevaría con su ejército) y se remitió un agente llamado Hecateo para que lo hiciese prisionero o matase).

Cuando llegó, mientras esperaba una oportunidad, Atalo se enteró de los éxitos de Alejandro, la cobardía de Demóstenes, y la fidelidad de Parmenión al hijo de su rey Filipo, y mando emisarios a Alejandro para someterse. Curiosamente, Hecateo no se había enterado de esto y mató a Atalo.

Dos puntos interesantes en este hecho:

  1. Hecateo, al parecer, mostró una orden a Parmenión en la que Alejandro se atribuía las instrucciones para lo que había hecho, cosa que Parmenión acató sin rechistar (comprobamos, como lo haremos muchas veces en la vida del macedonio, que a Alejandro le repugnaba actuar con doblez, matar a escondidas y sin dar explicaciones); y
  2. como ya he dicho, el hijo o pariente más próximo de un asesinado, según las leyes no escritas macedonias, contraía una deuda de sangre que no terminaba hasta haberse vengado del homicida; es un punto muy importante porque explica algunos de los hechos que posteriormente se atribuyeron a locura o a maldad, de Alejandro, debido a la Leyenda Negra que levantaron los atenienses contra él.
Debido a ésta cuestión, al matar a Atalo, Alejandro, por mediación de Hecateo, estaba obligado a matar también al hijo de Atalo, porque no podía esperar de la parentela del muerto (aunque hubiera conspirado contra el rey) más que odio feroz, y tarde o temprano hubieran atentado contra su vida. Esto era tan sabido y respetado en Macedonia, que el propio Parmenión le ayudó a acabar con la familia de Atalo.

Tan importante era la deuda de sangre entre las naciones de la antigüedad que, años después, ante el asesinato de Darío por el sátrapa Bessos, el príncipe Oxartes, hermano de Darío, renunció a sus derechos al trono (aunque, evidentemente, hubiera tenido que pelearlo con el macedonio, que no era moco de pavo) y se sometió a Alejandro para poder vengarse personalmente de Bessos.

En la actualidad no somos conscientes de la importancia de esta cuestión, que ha llegado debilitada hasta nosotros en las venganzas sicilianas, calabresas, gitanas, etc...

Los éxitos que habían asustado a Atalo consistían en que Alejandro, a la velocidad del rayo, se dirigió había el centro de Grecia.

Para ello, tuvo que atravesar una Tesalia hostil, que había apostado un destacamento entre las laderas del monte Ossa y las del mítico Olimpo. Al otro lado del monte Ossa, un barranco descendía abruptamente hasta el mar, y resultaba infranqueable para un ejército.

Sin embargo el macedonio mandó tallar escalones en la montaña y pasó tropas al otro lado de los tesalios. La cara del militar tesalio Caridemo cuando vio surgir un destacamento macedonio a su retaguardia como por arte de magia (los tesalios eran muy supersticiosos, creían en brujas y cosas de esas) debió ser un poema, y se rindió sin presentar batalla. Alejandro convocó la Liga Tesalia y se hizo jurar fidelidad.

Los atenienses y tebanos, que estaban aún oyendo discursos inflamados de Demóstenes, se aterrorizaron y se apresuraron a mandar embajadas renovando los votos que habían contraído hacia Filipo, para hacerse perdonar la acción de gracias que Demóstenes había hecho votar a Pausanias.

Alejandro se portó magnánimamente: convocó una conferencia en Corinto, declaró que la empresa contra Persia seguía en pie y fue proclamado jefe militar de la misma.

Alejandro volvió a Macedonia, para enterarse con disgusto (hay pruebas de ello) de que su madre había obligado a matarse a la joven esposa de Filipo y a su bebé.

Pero tenía más problemas que atender. El norte estaba en pie de guerra, y en cuanto se pudo (pasado el invierno) se lanzó contra las duras tribus guerreras, llegando a pasar el Danubio: el objetivo era pacificar la zona durante unos años, y lo consiguió en pocos meses.

Pero mientras tanto, en el Sur, en Atenas, corrió el rumor de que Alejandro había muerto; quizás una herida de las que sufrió varias en esta campaña, se magnificó; el caso es que Demóstenes volvió a llamar a las armas y mandó dinero (sobre todo persa) y armas (combatientes, no) a Tebas para que se sublevase.

Tebas era la capital de Beocia, una región predominantemente llana que era como la llave, puerta de entrada al Ática y a Atenas; mientras Beocia resistiese Atenas estaría a salvo. Los beocios eran considerados por los griegos como los más palurdos de entre ellos, y parece ser que se contaban chascarrillos entre ellos en los que los tebanos tomaban el papel de catetos. No es difícil imaginarse que muchos chistes empezaban por “¿Saben aquel que diu, que va un beocio y... ?”.

La derrota de los espartanos a manos de los tebanos en 371 A.C. no había traído corrientes de agradecimiento de los atenienses, que siempre se consideraron más inteligentes, y llevaban mal deber su libertad a los catetos, y la alianza contra Filipo de ambas ciudades tuvo más de necesidad que de devoción.

Los beocios, haciendo honor a su fama de pardillos, atacaron a la guarnición macedonia (que tuvieron que admitir tras la batalla de Queronea), que se encerró en la Cadmea (ciudadela que no estaba protegida por su altura como la Acrópolis, sino por una formidable muralla, cuyas ruinas se muestran en la fotografía inferior)) y esperó auxilio exterior.

A todo esto, Alejandro, que estaba poco muerto, solucionó sus problemas en el Danubio y bajó a la velocidad del rayo contra Grecia, recogiendo al paso tropas aliadas en la Confederación griega (foceas, tespias, plateas y otras).

Demóstenes, con su prodigiosa clarividencia, siguió choteándose de sus rivales (hay pruebas de que en algunos discursos le dio por muerto y dijo que el nuevo rey era Alejandro de Lincestis; en otros llamaba “niñato” "mozalbete" o "criatura" a Alejandro, y llegó a mandarle una pelota y un látigo de juguete para que se entretuviese) pero los atenienses, escarmentados, no hicieron caso a sus cuchufletas y, más prudentemente que los beocios, no pusieron a su ejército en pie de guerra.

Alejandro llegó ante Tebas y acampó (había hecho una estimable media de unos 35 kilómetros por día) . Dado que quería mantener la unidad griega y no luchar contra ellos como enemigos, ofreció la paz a los tebanos, a cambio de que entregaran a los jefes del partido antimacedonio (en realidad, éstos habían sido expulsados de Tebas tras el tratado con Filipo en 338 A.C., y su presencia en Tebas era una fraglante violación de dicho tratado y de la Conferencia de Corinto posterior con Alejandro; éste tenía todo el derecho a pedir su entrega).

Los beocios, “astutos” ellos, ofrecieron la paz al ejército sitiador a cambio de que Alejandro entregara a varios generales macedonios. Pese a la evidente provocación, y a que una incursión al campamento macedonio causó la muerte de varios soldados, Alejandro no atacó; posiblemente confiaba en que los tebanos entraran en razón sólos, o que el partido pacifista de la ciudad se impusiera.

Todos los historiadores están de acuerdo en que dentro de Tebas había un partido “pacifista (el oligarca; el democrático, que lógicamente no quiere decir lo mismo que ahora, era antimacedonio), y Alejandro pensó que dando tiempo al tiempo, cuando los tebanos se diesen cuenta de su situación, terminarían imponiéndose los contrarios a la guerra.

De hecho, Atenas había cerrado sus puertas sin mandar auxilio a Tebas, y Demóstenes pareció afecto de una extraña afonía: no protestó.

Lo que sigue es un poco confuso. Pérdicas, jefe militar macedonio de la edad de Alejandro (poco más de 20 años, recordemos) lanzó un ataque contra la empalizada exterior tebana y la forzó, abriéndose paso hacia la interior.

Arriano lo relata como una imprudencia de Pérdicas, pero la fuente de Arriano es Tolomeo, y cuando Tolomeo escribió su diario se ensalzó a sí mismo y denigró a otros diadocos. Pérdicas tenía un mando superior a otros amigos de Alejandro lo que hace pensar en unas mayores dotes militares.

Posiblemente vio una debilidad entre las defensas tebanas, lo que explica que pudiese forzar la primera muralla. Quizás una señal de la Cadmea le advirtió de la debilidad... no se sabrá nunca.

El caso es que los refuerzos tebanos llegaron donde la batalla y pusieron en tan grave aprieto a los macedonios, hiriendo a Pérdicas, que la cosa pintó muy mal para éstos.

Pero, evidentemente, Alejandro no se estuvo quieto. Parece seguro que el ataque de Pérdicas no fue orden suya, pues de haberlo sido hubiera estado todo organizado. Pero no lo estaba. Puso en orden el ejército, hizo evacuar a Pérdicas, y –he aquí la genialidad- no trató de aprovechar la cabeza de puente. Dejó que los macedonios de Pérdicas se retirasen confusamente fiándose en que los tebanos saldrían a perseguirlos, cosa que hicieron, para encontrarse con las masas de hipaspistas macedonios, que los arrollaron.

La táctica de fingir una retirada (sólo que aquí no la fingió; tuvo la sangre fría de esperar la inevitable derrota de Pérdicas y sus hombres) ya había sido útil en Queronea y el propio Alejandro en Iliria contra los escitas y los peliastas y otras tribus.

El combate posterior, con los tebanos de la ciudad indecisos entre abrir las puertas a los compatriotas fugitivos (lo que suponía abrirlos a los perseguidores) o cerrarlas dejando que fueran masacrados, y empeorado con un ataque de la guarnición de la Cadmea, que pilló a los tebanos entre dos fuegos, acabó con una batalla casa por casa y una masacre en la que Tebas fue conquistada y sus habitantes, muertos o capturados.

lunes, 23 de marzo de 2009

479 A. C: LA OLVIDADA PLATEA (II) LA BATALLA

Bien. Continuemos repasando la historia de Platea.

El caso es que los espartanos escucharon la llamada de los atenienses, bien es cierto que en su propio beneficio. Una fuerza de 5000 espartiatas, la mayor que nunca había salido de su polis, cruzó el istmo. Sumados periecos (ciudadanos libres de las ciudades cercanas de Esparta) e ilotas, y con el resto de aliados griegos, Heródoto calcula unos 110000 combatientes, aunque las modernas estimaciones rebajan la cifra a unos 40000.

Los persas habían elegido el campo de batalla, cerca de la antigua ciudad de Platea; para ellos era una buena noticia que, ya que no habían conseguido dividir a los griegos, al menos se iba a combatir en terreno abierto. Heródoto da una cifra de 300000 para ellos y los beocios y optros griegos coaligados, pero seguramente exageraba; los modernos estudiosos rebajan a 80000-100000; con todo, Mardonio tenía clara superioridad numérica, y la ventaja de la caballería persa, que los griegos no habían conseguido aún neutralizar.

Al inicio de la batalla, escalonadas a lo largo de las estribaciones del Monte Citero, y empezando al Este de Platea, se encontraban Atenienses, Megarenses, Peloponesos, Tegeos y Espartanos, bajo el mando de Pausanias.

Los Persas, que ya habían llegado antes, se encontraban al otro lado del río Asopo, en un campo fuertemente atrincherado y fortificado, frente a un llano despejado según órdenes de Mardonio. El segundo al mando, Artabazo, según nos refiere Heródoto, no estaba de acuerdo con presentar batalla.

Heródoto relata que los ejércitos estuvieron varios días acampados uno frente al otro, con duras escaramuzas pero sin entablar batalla. Fiel a su estilo, Heródoto cuenta que había un presagio que daba por perdedor de la batalla a quien atacara, y por vencedor a quien defendiera, pero como en este blog no creemos en presagios ni milagros, la explicación parece más sencilla.

Los persas esperaban que los griegos bajaran de sus montes para cruzar el río, momento especialmente vulnerable, donde podrían ser atacados y debilitados para luego acabar con ellos en las planicies al norte del Asopo.

Por su lado, los griegos esperaban que los persas, fiados en su superioridad numérica, trataran de atacar su posición en el Monte Citero, perdiendo así sus ventajas.

Durante los días de tanteo, Mardonio, que era un excelente estratega, mandó a fuerzas de caballería para castigar las tropas griegas, posiblemente con la idea de desencadenar un ataque en respuesta. Tras unos éxitos iniciales, la caballería persa perdió a su jefe, Masistio, y a fin de cuentas no pudo conseguir sus objetivos debido a lo accidentado del terreno en que se movían.

Los griegos recibieron ésto como una victoria, y adelantaron sus líneas un tanto, si bien no dejaron la protección de las laderas del monte ni cruzaron el río.

Mardonio, por su parte, trató de conseguir la derrota del enemigo a través de la captura de sus líneas de aprovisionamiento, y efectivamente, los jinetes y arqueros persas consiguieron eliminar una columna entera de suministros, mientras que, por otro lado, cegaron la fuente Gargafia, situada bajo el monte Citero, y principal fuente de agua para los griegos.

Fue el momento más crítico para los griegos. Temiendo una derrota casi sin llegar a combatir, acosados por la caballería, sin agua y alimentos, Pausanias ordenó una retirada escalonada a Platea, con el fin de aprovisionarse.

Los atenienses y megarenses aprovecharon el cese nocturno de los ataques de la caballería para iniciar la marcha. Si todo hubiera ido como debía, la retirada debería haber concluido antes de la mañana del día siguiente, 27 de Agosto, pero cuando llegó el turno de los espartanos, algo pasó. Heródoto cuenta que un comandante llamado Amonfáreto, del lochos Pitantas, se negó a retirase, alegando que un espartano jamás da la espalda al enemigo, y retrasó el movimiento. Pausanias y su pariente Eurinacte intentaron convencerle, sin conseguirlo. El alba sorprendió al ejército espartano separado del resto de las tropas griegas, lo que, visto por Mardonio, fue percibido por el comandante persa como la gran oportunidad de atacar a un ejército dividido y confuso.

Mardonio ordenó a la infantería persa cruzar el Asopo y atacar a los rezagados espartanos y tegeos, mientras apostaba a los beocios y demás griegos pro-persas en el camino hacia Platea, para evitar que los atenienses, peloponesos y megarenses volviesen sobre sus pasos a prestar ayuda a Pausanias.

Efectivamente, aunque el comandante supremo espartano ordenó volver a sus aliados, éstos no pudieron superar a los tesalios y beocios, y los espartanos y tegeos tuvieron que enfrentarse a los persas en una angustiosa inferioridad numérica. A pesar de ello, y de haberse visto sorprendidos, lucharon desesperadamente, tratando de hacer valer su mejor entrenamiento (eran la única tropa griega más profesionalizada que la infantería de los persas) y mejor equipamiento.

Poco a poco, espartanos y tegeos, combatiendo disciplinadamente, como una unidad, fueron superando a los persas. En ujn momento dado, Mardonio cayó muerto y, sin su comandante, el frente se hundió. El pánico se apoderó de los persas, que huyeron a refugiarse en el fuerte.

Mientras tanto, el ala derecha persa cedió también ante atenienses, megarenses y peloponesos. Beocios y tesalios, con las demás tropas filopersas se dieron a la fuga. La reunificación del ejército griego permitió que las defensas del fuerte fueran superadas, y todos los ocupantes (a decir de Heródoto) fueron muertos o cogidos prisioneros.

Artabazo mandó los restos del ejército de vuelta -40000 hombres según Heródoto-a Asia a través de Bizancio. Según Heródoto, no estaba de acuerdo con presentar batalla, y su retirdada fue considerada un hecho de armas brillante y recompensada con una satrapía. La verdad es que, según cómo se lea, si es cierto lo que cuenta el "Padre de la Historia", su comportamiento roza el derrotismo o la traición.

Algunos han dudado del relato de Heródoto, siempre presto a dejar en buen lugar a los atenienses, y han dudado de la historia de Amonfáreto, sugiriendo que la retirada fingida pudo ser una estratagema de Pausanias para provocar el ataque persa. Se apoyan en que el resultado de la acción y el comportamiento de las unidades espartanas y tegeas no sugieren sorpresa, por el contrario, su disciplina fue admirable. En cambio, los opuestos a esta teoría opinan que el riesgo corrido por Pausanias, de ser un truco, es inaceptable: en el siglo V A.C. resultaba imposible, aún para los espartanos, asegurar que se podía concebir y llevar a cabo todo el plan; existían muchas posibilidades de ser aplastados y perder todo el ejército.

En algunas fuentes de origen ateniense se intentó minimizar el papel espartano presentando al contingente ateniense superando al ala derecha persa a tiempo de socorrer a un Pausanias a punto de perecer con todos los suyos, pero ésto no es cierto. En esta jornada, fueron los espartanos y tegeos los que lograron papel más destacado.

Como curiosidad, recordaremos que Aristodemo, uno de los dos espartanos que, se dice, sobrevivieron a las Termópilas (en otra entrada relataremos su historia), combatió en Platea y, deseoso de lavar su honor, se dice que fue él el primero en cargar contra la infantería persa. Sea cierto, o no, lo cierto es que, aunque Heródoto le destaca como "el hombre más valiente del día", sus conciudadanos consideraban una grave desobediencia romper la formación, poniendo en peligro a toda la línea, y ni él ni sus hijos fueron señalados con ninguna distinción especial por esta batalla.

sábado, 21 de marzo de 2009

ALEJANDRO Y LA MUERTE DE SU PADRE


Alejandro de Macedonia nació en Pella, capital por entonces del reino, en el año 356 A.C.

Era hijo del rey Filipo y de la princesa Olimpia, de la familia real de Epiro (en la actual Albania). Por lo tanto,Alejandro era medio macedonio y medio epirota, lo que tiene bastante importancia para su personalidad.

Tanto los macedonios como los epirotas eran pueblos que se consideraban a sí mismo helénicos, pero que los griegos consideraban semibárbaros. Los esfuerzos y la genialidad de Filipo habían conseguido hacer a Macedonia la primera potencia de Grecia por entonces, había construido una nueva capital y atraído para su hijo y sus compañeros a los mejores talentos educativos de Grecia, pero las principales ciudades estado helénicas siempre consideraron humillante el ascenso y hegemonía macedonios.

Filipo fue un general, estratega y político tremendamente capaz. Sólo ser el padre del genial conquistador Alejandro ha oscurecido su gloria. De no haber sido por su hijo, sin lugar a dudas sería considerado el guerrero más grande de la antigüedad, hasta Julio César al menos. Por otro lado, debías ser genial para sobrevivir en esta familia: Ver la línea sucesoria de los reyes macedonios es impresionante: en los 150 años anteriores a Filipo, casi no hubo ningún rey que muriera en la cama. El propio Filipo tuvo que matar a su hermanastro para poder reinar, y sin duda el talento de Alejandro para ver de un plumazo los problemas y elegir la solución más adecuada en un instante, lo heredó y lo aprendió de él. En un viaje a Samotracia, Filipo encontró a Olimpia.

Olimpia, la madre de Alejandro, era una mujer intrigante, concupiscente, primitiva, vengativa, y dada a todo lo oculto. Era muy orgullosa, y su familia se consideraba descendiente de Aquiles y de Héctor. Desde el principio trató de manipular a Alejandro, utilizándolo como un arma contra su marido Filipo, primero, y después contra sus enemigos políticos (Antípatro, sobre todo). Esta mujer, dada a todo lo esotérico, decía a Alejandro que había sido poseída por Zeus (casos así figuraban en la mitología helénica y no eram, por tanto, considerados imposible por los griegos) y, por lo tanto, Alejandro sería hijo de un Dios, y no de Filipo.

Los historiadores o aficionados que consideran enloquecido a Alejandro por aceptar su divinidad olvidan un hecho clave: si, en una época como la Grecia clásica, donde las divinidades bajaba a la Tierra y no era extraño que tuvieran contactos con la Humanidad, tu madre te educa diciéndote que eres un Dios; si posteriormente tienes la genialidad de Alejandro, conquistas el mundo sin perder ni una batalla, y si en varias ocasiones los oráculos confirman tu divinidad ¿por qué no vas a creerlo? Y, dense cuenta, Alejandro era considerado también descendiente de Aquiles y de Héctor. Que no saliera un psicópata como Calígula es casi milagroso.

En todo caso, el orgullo de Olimpia excluye que tuviera amores adulterinos, así que el padre debió ser, en realidad, el rey macedonio. Sin embargo, cuando Alejandro creció, sus padres ya se habían separado, sus contactos sexuales posiblemente no existían, y, seguramente, de ahí que Olimpia tratase de separarlo de Filipo contándole que no era hijo suyo (y, con lo orgullosa que era, el padre sólo podía ser otro rey... o un Dios).

La relación de Alejandro y Filipo era, pues, complicada. No le consideraba el padre biológico, pero en la mitología griega hay tradición de hijos de Zeus que son devotos hacia sus padres, como Heracles y Anfitrión. Sus sentimientos hacia él oscilaban, seguramente, entre la admiración y el orgullo, por un lado, y el desprecio por su comportamiento camorrista (indigno de un rey, según Alejandro) y por el repudio de su madre. Existe constancia, por otra parte, de que, al menos una vez, salvó la vida de su padre, en las campañas contra los bárbaros del Norte. Tendremos ocasión de hablar de ello algún día.

Filipo consideraba a Alejandro hijo suyo, sin duda, y si oyó las habladurías de Olimpia no debió hacerle caso. A pesar de su temperamento, era un hombre de excepcional inteligencia, y educó a su hijo como su heredero, pese a tener otras esposas. En ocasiones los enemigos de Alejandro dijeron sospechar de él como inductor del asesinato de su padre porque (según ellos) quería asegurarse la descendencia. Pero no se sostiene. Casi toda la descendencia de Filipo eran mujeres, por tanto no podían ser rivales para él, y el único hermano varón, Arrideo, era retrasado mental: jamás de los jamases los macedonios, pueblo guerrero, donde el rey debía vivir peligrosamente, donde la monarquía era nominalmente hereditaria pero para poder heredar y no palmarla debías ser aceptado por una complicada red de tribus, le hubieran preferido a Alejandro.

Cuando Alejandro tenía 18 años Filipo se enamoró y se casó con una joven llamada Eurídice, sobrina del general Atalo, intrigante noble macedonio. Nuevamente, los enemigos de Alejandro han sugerido que pudo haber aquí una razón para asesinar a su padre, pues un hipotético varón de ambos hubiera sido un macedonio de pura raza (él era medio epirota) y, por tanto, un peligro para la sucesión. Pero, cuando se produjo el asesinato de Filipo, Eurídice había tenido una niña y, aunque estaba embarazada, un recién nacido varón no hubiera supuesto un peligro en una década, como mínimo, y la historia macedonia no mostraba en verdad que reinase el que tuviera más derechos sucesorios, sino el más fuerte. El propio Filipo reinaba gracias a varias usurpaciones seguidas.

Durante la boda, se produjo un fuerte encontronazo entre Filipo y Alejandro cuando Atalo, borracho, pidió a los dioses que dieran a Macedonia un heredero legítimo. Alejandro no podía dejar pasar el insulto a su madre y a su estirpe y agredió a Atalo. Filipo trató de castigar a su hijo pero, debido al alcohol y a su cojera (producto de heridas de guerra; también era tuerto y tenía un brazo paralizado) se cayó.

Alejandro huyó de la corte y se fue con su madre a Epiro. La dejó allí y marchó a Iliria, donde vivió con unas tribus (en la actual Bulgaria y la extinta Yugoslavia) a las que había derrotado siendo un mozalbete de 16 años mientras su padre estaba en otra guerra (“con tal de no estar ocioso, redujo a los rebeldes maedos” dice Plutarco, pero es evidente que, tanto por la distancia desde Macedonia, como por la dureza de las tribus ilirias, no se trató de un entretenimiento, y el ejército tenía que confiar mucho en el liderazgo del joven para seguirle sin rechistar). No cabe duda de que su comportamiento en la guerra debió ser muy caballeroso y valiente, para ser recibido como huésped durante su exilio.

Otro motivo posible, pues, para que Alejandro matase a su padre (que él creía que no lo era) era, pues, la ofensa que había recibido su madre dos años antes. Y, dado el carácter vengativo de Olimpia, es posible que, en efecto, ésta le instigase a hacerlo. El parricidio era un crimen horrendo para los griegos, no existía otro peor, pero en este caso Alejandro seguramente no consideraba a Filipo su progenitor. Sin embargo, de ser Alejandro el culpable, sin duda hubiera tomado medidas para deshacerse de Atalo al mismo tiempo o previamente, ya que era él en realidad el que insultó a Alejandro. Por otro lado, durante su vida Alejandro se negó a matar a personas cuando se lo pidió Olimpia, y de hecho se enfadó mucho cuando su madre mató a Eurídice y a su niño tras la muerte de Filipo. Por otro lado, como veremos luego, Alejandro no era hombre para guardar dos años un rencor y asesinar a una persona.

Tras una temporada de exilio, y gracias a la mediación de algunos amigos de Alejandro, se produjo la reconciliación entre padre e hijo. Es posible que Demarato de Corinto, el máximo mediador, advirtiera a Filipo del riesgo de tener un hijo, carismático entre el ejército, potencialmente enemigo, suelto por ahí; a Alejandro le debió jugar la carta de la ambición; debía volver a macedonia para no caer en desgracia con su padre. Como sea, consiguió la reconciliación.

Sin embargo, pronto hubo otro problema. Plutarco cuenta que Filipo pensaba ofrecer en matrimonio a su hijo Arrideo para la hija de un sátrapa o gobernador persa de las ciudades griegas del Asia Menor. Alguien se lo contó a Alejandro, entonces poco más que un adolescente, y éste se indignó, escribiendo una carta al sátrapa, ofreciéndose él en lugar de Arrideo. Filipo había planeado el enlace como estrategia para tener un aliado en sus planes de ataque al Imperio Persa, pero ni de lejos pensaba dar su heredero a alguien tan poco importante como un sátrapa. De modo que se enfureció y reprendió duramente a su hijo.

Sin duda Alejandro se sintió humillado, pero debió quedarle muy claro que Arrideo no contaba como heredero. En una sociedad como la macedonia, desde luego, un retrasado tampoco hubiera tenido ninguna opción a no ser como títere de algún noble fuerte. El ejército, además, adoraba a Alejandro, con quien había peleado contra los ilirios y otros pueblos del norte (ocasión donde, por cierto, había salvado la vida de su padre), y con quien había luchado en Queronea, donde el príncipe mandó la caballería aplastando el Batallón Sagrado de los tebanos, y no hubiera consentido nunca que Arrideo fuera preferido en su lugar.