domingo, 22 de marzo de 2009

479 A. C. LA OLVIDADA PLATEA (I): JERJES VUELVE A CASA... POR NAVIDAD

Todos sabemos que en la Historia, por lo general, son los vencedores los que nos hacen llegar su versión.

Exageran el poder del enemigo vencido, disminuyen el suyo propio (antes de una batalla) o aumentan lo logrado en tiempos de paz, dan sus razones para obrar como lo hicieron, y deslizan maliciosas insinuaciones o anécdotas vergonzantes a expensas del enemigo.

Pero, también, quien domina la fuente de información, puede hacer resaltar su importancia frente a la de sus aliados; o presentar sus razones como más nobles.

En el caso de las Guerras Médicas, cuyo principal historiador, Heródoto de Halicarnaso, presenta una sospechosa inclinación hacia su patria de nacimiento, así como a su patria de agogida, Atenas. Como, por otra parte, el centro historiográfico de la Grecia clásica y Antigua fue, por mucho tiempo, la propia Atenas, nadie disputó muchas de las nociones que nos llegaban del "Padre de la Historia"

Así, por ejemplo, durante muchos siglos se ha enseñado, a los estudiantes, la importancia de Salamina como batalla que hundió el poderío persa en la II Guerra Médica, acompañando a Termópilas como hito heroico y simbólico, y se ha minimizado la importancia de Platea, que prácticamente se consideraba una batalla menor, en el que un ejército de hoplitas habían derrotado a los restos del ejército de Jerjes, desmoralizados y casi vencidos antes de empezar. La realidad, como veremos ahora, es muy otra.

Situémonos al día siguiente de Salamina. Eso sería, se cree, el 24 de Septiembre de 480 A.C. La flota persa, desde luego, había sufrido un durísimo castigo, y es razonable pensar que había perdido aproximadamente la mitad del poder naval con el que vino a Europa. Es decir, si creemos a los historiadores de la antigüedad (Heródoto, Diodoro, Éforo, Plutarco, etc) y teniendo en cuenta que parte de las pérdidas habrían sido reemplazadas por flotas de Tracia e islas de alrededor, es razonable pensar que el Gran Rey podía contar aún con cerca de 600 barcos de guerra en la zona. Eso sobrepasaba, sobradamente, los 300 o 350 barcos de la Liga Panhelénica, aunque podemos imaginar que los persas salieron escocidos de sus batallas navales con los griegos y no tendrían muchas ganas de volver a probar espolones.

Otra cosa muy distinta es el ejército de tierra. Sin pensar en la millonada que nos ha hecho llegar Heródoto, lo cierto es que el número de efectivos infundía pavor a sus enemigos, y en su camino hasta el ática había ido subyugando, una por una, a las ciudades al paso. la escaramuza de Termópilas, por desproporcionado que fuera el esfuerzo que hubo que hacer para vencer a Leónidas, no supuso ningún daño de consideración.

Tenemos, pues, un ejército invicto (por el momento) y una flota seriamente dañada, pero aún superior en efectivos a la de los griegos.

Heródoto, aquí, nos cuenta que a Jerjes le entró pánico a que los griegos cortasen el puente de barcas que había construido sobre el Helesponto, quedarse aislado en territorio griego continental, y perderse él y todo el ejército, y se volvió a Susa, dejando a Mardonio al mando de parte de las tropas.

"De miedo, pues, que tuvo de no verse a peligro de perecer cogido así en Europa,
decidió la huida" (Herodoto, VIII, XCII)

Sin embargo, ni Jerjes era ningún cobarde, ni había motivo para perder los nervios por el resultado de la invasión. Desde el punto de vista de los persas, la flota no había cumplido las expectativas, pero el ejército había conseguido unos logros evidentes. Había invadido el territorio enemigo, conquistando y sometiendo las ciudades estado del norte y centro de Grecia, hacía derrotado y dado muerte a uno de los reyes del estado cuyo ejército era más temible (a costa de pérdidas más altas de lo esperado, cierto, pero insignificantes si las comparamos a las cifras totales de su ejército) y había tomado y destruido la otra ciudad-estado que comandaba la resistencia. Tampoco estaba tan mal.
El futuro no se presentaba tampoco negro, ni mucho menos, aunque precisaba de una cuidadosa valoración.
Salamina no destruyó el poder de los persas, pero sí tuvo una importantísima consecuencia: impidió a los persas el desembarco e invasión del Peloponeso. Efectivamente, como veremos en otra entrada del blog, la derrota griega en Salamina hubiera tenido como consecuencia fundamental (aparte de la pérdida de la flota) la posibilidad de desembarco en el Peloponeso, burlando el muro que trabajosamente se había levantado en el istmo de Corinto. No trabar combate el combate naval hubiera dado una ventaja a los persas: la de poder elegir el lugar y la fecha del desembarco, siendo muy difícil que las naves griegas, muy inferiores en número, pudieran patrullar toda la península y evitar el acercamiento a las costas

Con la derrota, la flota persa seguía siendo un peligroso enemigo en mar abierto, pero, muy mermada su superioridad númérica, y conocido ya el potencial marinero de los helenos, resulta comprensible que no se aventurasen a una operación de desembarco en unas costas traicioneras, que sus enemigos conocían mejor que ellos.
Sin el desembarco, la alternativa era que el ejército de tierra, tomase la muralla de 6 kilómetros que se había construido a lo largo del istmo. Si pensamos en las pérdidas persas ante Leónidas, entendemos también que Jerjes contemplara con cierta reticencia la idea de dar el asalto a unas fortificaciones defendidas por varias decenas de miles de hoplitas.

No por ello le entró el pánico ni se estuvo ocioso. Heródoto, aunque lo achaca a disimulo, cuenta:

Pero no queriendo que nadie ni de los griegos ni de sus propios vasallos penetrase sus designios, empezo a formar un terraplén hacia Salamina, y junto a él mandó unir puestas en fila unas urcas fenicias, que le sirviesen de punte y de baluarte como si se dispusiese a llevar adelante la guerra y dar otra vez batalla naval.

Que era, con toda seguridad, lo cierto. Heródoto conocía poco de estrategia y táctica militar, y su visión de la Historia estaba muy mediatizada por su origen griego y jonio del Asia Menor, pero no era Jerjes hombre para retirarse presa del terror. Tampoco la razón que da Heródoto del pánico del Gran Rey (ser destruido el puente de barcas por los griegos, y perecer con todo su ejército en Europa) es plausible. De hecho, al año siguiente el puente había sido destruido por las inclemencias del tiempo, lo que no impidió a los restos del ejército de Mardonio cruzar por Bizancio. Y si los griegos hubieran destruido el puente tras Salamina, antes hubieran perecido de hambre todos los pobladores de la Grecia continental que el poderoso ejército persa. Acuartelados, hubieran exigido alimento a las polis de la región, y tras agotar sus víveres, sin duda hubieran mudado de campamentos.

El caso es que parece ser que Jerjes se planteó construir un puente entre tierra firme y la isla de Salamina, donde se habían refugiado parte de los atenienses (buena parte de ellos, hombres en edad de luchar que no iban en la flota), cuya captura hubiera supuesto un duro golpe a la resistencia. Y, al parecer, también, ordenó alistar a la flota, con el contingente egipcio que había dado la vuelta por el sur de Salamina, con idea de continuar la lucha.

Sin embargo, sus hombres le hicieron desistir del empeño, por el momento. Se encontraban ya en otoño, y la construcción de un puente de barcas era empresa muy sujeta a riesgos, sobre todo las frecuentes y violentas tormentas, y la existencia de una flota griega, llena de moral de victoria, que sus propios trirremes no estaban seguros de poder controlar.

Por lo tanto, Jerjes se decidió a acuartelar el ejército para pasar el invierno. Sin duda consideraba que había dado un severo escarmiento a los griegos, apoderándose de gran parte del territorio enemigo, y pensaba continuar al año siguiente la pacificación de la Grecia sometida y la conquista del Peloponeso. Pero ¿hacía falta que Jerjes pasase allí el invierno? Sin duda, para las tareas que restaban en Grecia, debió creer que era suficiente con su capaz lugarteniente Mardonio. Por la experiencia que tenía de los griegos, siempre prontos a pelear entre ellos, Jerjes seguramente creyó que la Confederación Panhelénica no duraría mucho tiempo.
Por otro lado, la ausencia del Gran Rey de su capital traería, sin duda, graves consecuencias. En 481 A.C. Jerjes había tenido que reprimir una sublevación en la levantisca Babilonia, y de hecho en 479 A.C., es decir, al año siguiente, la rebelión volvió a latir con fuerza. Es muy probable que el Gran Rey considerase más necesaria su presencia en el centro de su imperio. Así que se dirigió con parte de su ejército a Asia, dejando a Mardonio acampado en Tesalia y Macedonia.

Mardonio no estaba dispuesto a enfrentar su fuerza contra la muralla de Corinto, protegida por los combativos peloponesios. Se conocían por entonces los arietes, como queda de manifiesto por algunos relieves asirios, pero su uso era sumamente arriesgado contra tropas disciplinadas como los espartanos, y menos aún cuando no se trataba de una muralla de ciudad, sino de campo abierto.

La opción preferida fue intentar romper la unión de los griegos. Los atenienses, que habían vuelto a su destruida ciudad, recibieron al rey de Macedonia, Alejandro (no el Magno, evidentemente) quien transmitió la oferta de Mardonio en caso de abandonar la Confederación: reconstrucción de la ciudad por cuenta del Gran Rey, mantenimiento de su territorio y aún ampliarlo con aquellos territorios que pidiesen al Rey.

Los atenienses no se hacían ilusiones, pues una paz momentánea hubiera terminado, sin duda, con una sumisión futura a Persia, pero las negociaciones y el tira y afloja que siguió permitió a los atenienses informar de lo que ocurría a los espartanos, y comunicarles que si no atravesaban el istmo para defender el Ática, Atenas no tendría más remedio que pactar con Mardonio.

En el interín, el general persa volvió a ocupar Atenas, de nuevo evacuada, y el Consejo, de nuevo refugiado en Salamina, hizo saber a Esparta que no podía esperar más. O recibía ayuda, o Atenas -con la flota- se pasaba al enemigo.

A Pausanias -regente en nombre del hijo de Leónidas- se le planteaba una interesante (por decir algo) disyuntiva: los espartanos tenían una repugnancia, casi diríamos instintiva, a llevar el ejército fuera de su polis, y Leotiquias ya estaba fuera con la flota que más adelante bloquearía Micale. Además, la superioridad numérica y la caballería persa encontrarían un terreno mucho más propicio al norte del istmo, dsonde había planicies adecuadas para su depliegue, que en los angostos pasos del Peloponeso, que ellos conocían mehjor.

Pero, por otro lado, la defección ateniense, y la unión de la flota al bando persa, o al menos su neutralidad, dejaría abierta la costa al desembarco del enemigo, con las gravísimas consecuencias que podemos imaginar.

Como hemos visto, Salamina no había sido la batalla definitiva que, posteriormente, la propaganda ateniense presentó. En términos televisivos, la situación se presentaba más que interesante. En términos deportivos, la partida estaba abierta.

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