miércoles, 25 de marzo de 2009

VA UN BEOCIO Y DICE... LA DESTRUCCIÓN DE TEBAS (II)

2.- ¿Culpable o inocente?

Los relatos posteriores inspirados en Clitarco cargan contra Alejandro como culpable de la ruina de Tebas. Si bien se muestran de acuerdo en que las atrocidades las cometieron los fócidos, los plateos, los tespios y otros beocios (que tenían muchísimo que vengar de la crueldad tebana: unos años antes, Atenas, para conseguir la alianza de Tebas contra Filipo, le habia dejado mano libre contra varias ciudades, que fueron destruidas por Tebas y cuyos habitantes pasaron a ser fieles aliados de Filipo) acusan a Alejandro de no haber impedido la matanza.

Como es común, omiten varios puntos, lo que no es raro, pues eran enemigos de Alejandro; es más extraño que historiadores posteriores no hayan querido ver dichos puntos:

1) El primero es que Tebas había roto la carta de la Confederación griega formada por Filipo de múltiples maneras:

a)-había dejado regresar a los exiliados (que habían sido desterrados a cambio de que Filipo no tomara otras represalias, y entre otras cosas a cambio de salvar sus vidas),

b)-había atacado la guarnición macedonia;

c)-había denunciado a la Confederación como una tiranía, punto que más dolió a Alejandro, y

d)-había declarado públicamente que abrazaba la causa del gran rey de Persia e invitaba al resto de los griegos a unirse a Persia contra Macedonia.

2) Pese a ello, Alejandro no pretendía la destrucción de la ciudad, y por ello aparcó sus tropas ante las murallas pacientemente, mientras en el interior se sucedían los debates, confiando en que los pacifistas lograrían imponerse. Ya queda dicho que todos los autores refieren que muchos notables tebanos abogaban por hacer las paces con los macedonios, y quizás al final lo hubiesen logrado de no ser por el ataque de Pérdicas, que precipitó todo.

3) Un punto importante es si Alejandro podía controlar a las tropas de la Confederación griega no macedonias que luchaban con él. No cabe duda que, en Asia, la lealtad hacia él había crecido de manera que un pillaje hubiera sido muy difícil sin la connivencia de Alejandro, pero en la toma de Tebas, los tespios, foceos y plateos, que odiaban a Tebas, resultaron sin duda casi imposibles de controlar. Ni siquiera eran, como las tropas regulares tracias, mercenarias que obedecían a Alejandro ciegamente por un juramento de lealtad personal (cuyo alcance no está suficientemente explicado por el significado actual de “mercenario”; los mercenarios griegos fueron los únicos que siguieron a Darío en el momento de su muerte; los mercenarios agrianos destacaron entre las mejores tropas de Alejandro) Después de todo, Alejandro ni era su rey ni era Magno aún; no era más que un rey novato, hijo del gran rey Filipo, al que estaban ayudando para destruir a los odiosos tebanos. Diez días antes, cuando se unieron a él, no lo conocían más que de nombre.

4) Un cuentecillo que se cuenta aquí, de ser cierto, aclararía completamente la duda: dícese que Timoclea, noble tebana, fue asaltada por un oficial tracio con intenciones de violarla y de apoderarse de su oro. O Timoclea no era muy agraciada, o el oficial era muy avaricioso, pues prefirió empezar por el dinero, lo que aprovechó la noble para hacerle asomar a un pozo, arrojarle a él, y apiolarle a base de lapidarle. Sus hombres, buscándole, dieron con Timoclea, averiguaron lo ocurrido y condujeron ante el rey a la mujer, que resultó ser viuda y hermana de nobles que habían peleado –y muerto- contra Alejandro en Queronea. Alejandro le perdonó, así como a los tebanos promacedonios, la familia de Píndaro (inevitable referencia en todas las historias de Alejandro) y otros. Resulta interesante que los tracios, en lugar de asesinar a la mujer que había matado a su jefe (conducta que vemos casi sistemáticamente hasta en las guerras del siglo XXI) la llevaron ante Alejandro, y se conformaron ante la exculpación del rey.

5) Más allá de lo ejemplarizante de la historia, destacaremos un par de detalles:

a)-el primero, y evidente, es que Alejandro no había dado ni orden de exterminio, ni manga ancha para el saqueo, pues de ser así, es claro que los tracios no hubieran llevado ante el rey a quien había matado a su comandante; eso es seguro;

b)-el segundo, explicación de lo anterior, es que los tracios eran tropas regulares, que conocían y respetaban a Alejandro, en contraposición a los aliados griegos, que como he dicho hacia menos de quince días que se habían aliado a él; y

c)-el tercero es que, ante el veredicto absolutorio de Alejandro, no se oyó ni una protesta, lo que hubiera resultado inconcebible si hubiera estado en marcha una “limpieza étnica” de tebanos. De hecho no hubo nunca tal intención de exterminio tebano en la mente de Alejandro, y en el futuro, dicen los historiadrores, favoreció siempre que pudo a los tebanos que se encontró en su camino.

6) Por último, otro punto a destacar es que habitualmente, y erróneamente se identifica la toma de la ciudad, con la posterior destrucción de la misma, para achacarlas ambas a Alejandro, como una cosa inaudita. Es cierto que en la toma de la ciudad se produjo la matanza de varios cientos o miles de tebanos, principalmente por los aliados griegos de Alejandro; pero tal cosa por desgracia no era nueva entre los helenos. Las historias de unión panhelénica en las guerras médicas, hermandad entre Platea y Atenas, Leónidas y los 300, etc, sirven para ocultar la dureza de las guerras mesenias, de la guerra del Peloponeso, etc, y, mucho más cercano, las guerras sagradas, que, antes de la entrada de Filipo, se habían caracterizado por verdaderas salvajadas contra los foceos (1ª guerra, 3ª Guerra Sagrada en el cómputo global de Grecia) y anfisos (2ª guerra, 4ª en el cómputo global). La Liga Sagrada pretendía arrojar por los acantilados a los foceos capturados en la 1ª Guerra Sagrada (3ª en el global); Filipo convenció a la Liga para que lo cambiasen por una multa; Demóstenes (cómo no, el campeón de la libertad) convenció a los atenienses de que los foceos eran mártires del cruel Filipo.

7) En realidad, la toma de la ciudad no supuso la destrucción de la misma. Pero tras la caída de Tebas, se planteó a Alejandro el dilema de qué hacer con Tebas. No sabemos que hubiera ocurrido si el hecho hubiera sucedido unos años más tarde, cuando el prestigio del rey era inmenso. Posiblemente la suerte de Tebas hubiera sido mucho menos cruel, porque no cabe duda de que Alejandro quiso salvarla.

8) Es el caso que Alejandro no quería tratar la rebelión de Atenas, Tebas y sus aliados (Arcadia, Etolia, etc.) como una sublevación contra Macedonia, sino contra la Confederación griega, de la que él era el hegemón o líder. Por eso había recogido las tropas foceas, tespias, orcómenas y plateas en su carga contra Tebas, como una manera de darse legitimidad, porque en realidad con sus tropas macedonias tenía más que de sobra para derrotar a Tebas. Pero si quería continuar creyendo en la empresa común griega contra persa, no podía tratar la cuestión tebana como un asunto de su exclusiva decisión.

9) Al día siguiente de la caída de Tebas, Alejandro convocó la Asamblea de los aliados y sometió el caso, qué hacer con los prisioneros y la ciudad, a su juicio. Los confederados, que tenían sobrados motivos para odiar a Tebas, votaron por mayoría aplastante vender a los tebanos como esclavos y arrasar su ciudad. Un tanto hipócritamente, votaron que no haría falta repetir el escarmiento con Atenas, Arcada, Etolia u otras ciudades, que aprenderían el escarmiento. Se confirmaba la inquina especial que sentían hacia Tebas.

10) Alejandro habló personalmente contra la destrucción de la ciudad, pero había prometido cumplir las órdenes de la Confederación, y así lo hizo. Quienes critican a Alejandro por no obligar a cumplir sus deseos y creen que escondió hipócritamente sus designios criminales hacia Tebas tras los votos de la Asamblea, olvidan nuevamente que no se trata del Alejandro cuyo prestigio resultaba sobrenatural años después, sino del Alejandro de apenas veinte años que necesitaba alianzas para emprender la conquista del mundo.

11) Ciertamente, Alejandro intentó salvar todos los tebanos que pudo sin ofender a sus aliados: los pro-macedonios, los sacerdotes, la familia de Píndaro, de Timoclea, figuran entre los que obtuvieron clemencia de él. Y, para siempre, casi todos los tebanos que pidieron un favor de él, lo obtuvieron en memoria de la ciudad que no pudo salvar.
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CONCLUSIONES Irónicamente, los aliados tuvieron razón. El escarmiento en Tebas sirvió para subyugar la rebelión anti-macedónica bruscamente. Los huidos de Tebas se repartieron por toda Grecia (el acuerdo de los aliados prohibía también dar asilo a los refugiados tebanos, pero que se sepa Alejandro no puso especial empeño en cumplir esta parte del riguroso dictamen de la Confederación.

Los asustados atenienses, pese a que Demóstenes (que debía temer un castigo tartárico si caía en manos de Alejandro) clamaba por la resistencia a ultranza, pidieron la paz a gritos. Se interrumpieron los misterios de Eleusis para mandar una comisión, formada por los prohombres menos antimacedonios que pudieron encontrar en Atenas, para ¡felicitar a Alejandro por sus triunfos en Tracia y ante Tebas!

La comisión iba dirigida por Demades, un valiente y honrado orador, enemigo de Demóstenes, pero que había peleado también en Queronea contra Filipo, siendo capturado prisionero, mientras Demóstenes huía. E, increíblemente, también se incrustó en la delegación Demóstenes, que no se fiaba de Demades y los suyos, y sospechaba que le venderían. Demóstenes no llegó muy lejos. Conforme se acercaba a Tebas, se iba acongojando y, a las puertas del Ática, se despidió de los otros comisionados, argumentando que sin duda sin él conseguirían mejor resultado de las negociaciones con los macedonios, y volvió grupas hacia Atenas.

Alejandro les recibió bien, (aunque comentan que la primera nota de abyecta felicitación la había arrojado al fuego furioso, pues era Magno, pero no tonto) y se portó con ellos con generosidad. Incluso perdonó a Demóstenes, favor obtenido por los comisionados, y concedido por Alejandro, y que obviamente no era merecido. El regente Antípatro debió pensar que se había vuelto loco. Sin embargo, con la perspectiva de los años, no cabe duda de que Alejandro tenía razón:

-En su mente el objetivo era Persia y su imperio, y Atenas no era más que un Peón que necesitaba a su lado; matar a Demóstenes no hubiera servido más que para crear un mártir, y sólo tenemos que recordar, por ejemplo, la utilidad que en la actual guerra de Iraq ha tenido la muerte tras un simulacro de juicio de Sadam Hussein: ninguna. Un Demóstenes vivo podía hacer algún daño, pero muerto, hubiera convertido a Atenas en un divieso en la retaguardia. Y todos sabemos lo que pasa si se sienta uno sobre un divieso...

-Más importante aún, necesitaba ser generoso con Atenas para asegurarse el apoyo, o al menos la neutralidad, aunque sólo fuera aparente, de la flota ateniense. Una flota ateniense hostil, unida a la flota persa, hubiera sido una nuez demasiado gruesa y dura para los dientes macedonios...

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