domingo, 31 de mayo de 2009

SALAMINA: VÍSPERAS DE LA BATALLA



Tras la caída de las Termópilas, los espartanos habían dado por perdido el centro de Grecia. Sus planicies permitian maniobrar al inmenso ejército persa, y una resistencia, con toda seguridad, hubiera sido suicida para el ejército de los hoplitas griegos. por consiguiente, se retiraron al istmo de Corinto, donde construyeron una muralla para impedir el paso a la península a las tropas del Gran Rey.

Tras cubrir la evacuación de todos los atenienses que aceptaron, la flota griega fondeó en la costa oriental de Salamina, (A) mientras el Estado Mayor griego debatía la estrategia a seguir.

Hacia septiembre la muralla, construida a marchas forzadas, casi estaba concluida. Un istmo de 6 kilómetros, amurallado, y defendido por varias decenas de miles de hoplitas e ilotas, podía ser prácticamente inexpugnable, y el Gran Rey no podía alimentar a su monstruoso ejército indefinidamente. Recordemos, además, que los atenienses huidos de la ciudad -incluidos los hombres en edad de pelear que no formasen parte de la flota- que iba a ser tomada por los persas, se habían refugiado, parte en Salamina, parte en Treceno, más allá del istmo, protegidos pues por la muralla.

Por lo tanto, el plan del espartano Euribíades, el almirante de la flota griega, con la mayoría de los demás aliados, excepto los atenienses, no era descabellado: retirarse al Peloponeso, tras la inexpugnable muralla y defender, con la flota, sus costas, evitando un desembarco. Se contaba también con las difíciles condiciones meteorológicas y lo peligroso de los arrecifes y acantilados, para tener una oportunidad de resistir hasta que el gran Rey considerase más beneficioso para sus intereses retirarse que continuar con la guerra.

Pero, como es lógico, a los atenienses no les hizo ninguna gracia esta propuesta. Entregaba completamente en manos de los persas su ciudad. Los atenienses, sin patria, serían asimilados por otras ciudades estado y, con el tiempo, ni la memoria quedaría de la orgullosa Atenas.
"Si es así, le dijo, que esos una vez se partan de Salamina con sus naves, adios, ya no habrá más patria por la cual pelear" (Herodoto, VIII, 57)
Esto es algo que los nobles atenienses no estaban dispuestos a tolerar, y menos aún desde el momento en que sus navíos asumían el mayor esfuerzo de toda la flota. Según Herodoto, unos 180 trirremes, de 378, eran suyos. Aunque se discutan las cifras de Herodoto, no cabe duda de que no están muy alejadas de la ciudad, y en todo caso los atenienses aportaban más o menos la mitad. Conscientes de ello, los atenienses se negaron a seguir el plan de Euribíades, y amenazaban con retirar las naves y entablar inmediatas negociaciones con los persas.

No hay que tomarse ésto como una traición; por aquel entonces, aunque los griegos se veían así mismo con una característica distintiva frente a los extranjeros, estaban lejos de formar una unidad política y, de hecho, tan sólo cincuenta años después de Salamina y Platea, los persas volverían a intervenir en los asuntos griegos y, con su oro, serían el árbitro político de la pugna por la hegemonía.

Herodoto, fiel a su estilo, adorna los hechos con discursos y con anécdotas. Es muy conocido el relato de la estratagema de Temístocles que, para asegurar quelos griegos no pudiesen retirarse al Peloponeso, supuestamente envió a un hombre llamad Sicinno para avisar a los persas de la inminente retirada de la flota helena bordeando el norte de la isla, por el canal entre Salamina y Megara, a mar abierto. Los persas respondieron avanzando desde Falero, donde estaban fondeados, hasta la entrada de los estrechos de Salamina, (B) ocupando una isla diminuta, pero de alto valor estratégico, llamada Psitalea (D) mientras que un escuadrón de 200 barcos egipcios rodeaban la isla por el sur para cortar la retirada griega (C).

Historiadores posteriores han desacreditado esta versión, y piensan que puede ser un añadido tardío. Pero, curiosamente, si bien en nuestros tiempos esta historieta era valorada como positiva para Temístocles, de quien se ensalzaba su astucia, la invención, si tal fue, se debió a un enemigo de Temístocles, que la hizo circular para mancillar su nombre, echándole en cara sus negociaciones con los persas.

En todo caso, no parece que fuera necesario el truco de Temístocles para que los persas avanzaran y actuaran así. El ejército había entrado en una Atenas casi abandonada, y se había entregado al pillaje y la destrucción. Apenas unos cuantos cientos de ciudadanos, que se habían refugiado en la Acrópolis confiando en sus murallas de madera (según Herodoto, habían interpretado el oráculo de "Zeus... concederá a Tritogenia un muro de madera" equivocadamente) y perecieron en el incendio y asalto posterior).

Jerjes debió considerar que había asestado un mazazo definitivo a los griegos y, sin necesidad de que nadie le advirtiese, sabedor de que los espartanos construían un muro en Corinto, debió imaginar que los griegos trataban de refugiarse tras él. Gran parte de los atenienses estaban refugiados ya en el Peloponeso, en Treceno, así que la retirada de la flota y del resto de los atenienses que se habían refugiado en Megara, era lo más lógico, a no ser que se considerase la rendición.

Además, si observamos la estrategia persa, vemos que ya la había utilizado en Artemisio. Allí, también, el mismo escuadrón egipcio había rodeado la isla de Eubea con intención de capturar en una pinza la flota griega, pero tras la caída de las Termópilas, la flota aliada se abía retirado. Es absolutamente lógico que, ante una situación parecida, Jerjes intentase la misma jugada, que tenía todos los visos de poder darle una sonada victoria.

Temístocles trató de convencer a Euribíades y el resto de jefes griegos utilizando, además de la amenaza, el argumento de que la flota griega tenía muchas más posibilidades de vencer si luchaban en un lugar como Salamina, donde la superioridad numérica persa valía de poco, y la maniobrabilidad de los trirremes griegos podía dar la sorpresa, como así fue.

Pero, sin duda, lo que más pesó en el ánimo del almirante griego y los demás jefes fue la posibilidad de que los atenienses retiraran su flota, decisión, además, contra la que difícilmente podían hacer nada a la fuerza. Sus propios barcos, unidos, apenas llegaban a igualar en número a los de su aliado, sus marineros, en general, eran menos experientados, y de todos modos un enfrentamento fraticida hubiera desencadenado exactamente la misma catástrofe que pretendía evitar.

Porque, en realidad, con lo que amenazaba Temistocles era con algo más que con una desercion que obligase a ceder el paso a los persas, y a una retirada más o menos honrosa. El bloqueo del istmo sólo se podía mantener si la flota guardaba las costas peloponesas. De lo contrario, se produciría el desembarco de tropas persas detrás de los defensores de la muralla levantada durante aquellos meses, y los espartanos y aliados se verían atrapados entre dos fuerzas y aniquilados. Como en Termópilas.

Con trescientos trirremes, y la ventaja de las costas de la península del Peloponeso, que eran difíciles de acostar y más conocidas por sus propios habitantes que por los invasores, los defensores podrían tener una oportunidad. Con apenas doscientos, que sin duda serían muchos menos por las deserciones de quienes verían el campo perdido (los propios espartanos aportaban sólo 16 naves), no la tenían.

Mientras toda esta discusión se planteaba entre los aliados, llegaron noticias de la destrucción de la Acrópolis con la muerte de quienes en ella se habían refugiado. Evidentemente, ello no hizo más que reforzar la posición inflexible de Temistocles. Herodoto se hace eco de discusiones en las que, curiosamente, los rivales de Temístocles usan contra él la pérdida de su ciudad Estado. Para los griegos, los atenienses empiezan ya a ser unos apátridas, y Adamanto el Corintio le acusa de procurar para el resto de la Grecia la desgracia que ya ha sufrido su ciudad. Cuesta creer que este episodio ocurriese tal y como lo cuenta Herodoto. Más adelante, el Padre de la Historia difama a los corintios acusándole de intentar huir del campo de batalla, por lo que es posible que mientras Herodoto escribía Corinto y Atenas (patria de acogida del historiador) estuviesen enfrentados por alguna querella importante, y dejarlos como desalmados y cobardes fuese una manera de atraerse las simpatías de sus anfitriones.

Evidentemente, aquello tenía que llegar a un fin. Los persas se acercaban, y los griegos supieron de ello por dos conductos. En primer lugar, un ciudadano llamado Aristides el Justo, rival político de Temistocles, llegó desde su exilio de Egina a la Asamblea informando que la flota persa rodeaba ya la isla, y que la retirada sin plantar batalla no era ya posible. Testimonio impactante y decisivo para cualquier ateniense, tanto por la fama de integridad personal de Aristides como porque se trataba de el mayor enemigo político de Temístocles, no bastó para convencer del todo a Euribíades y los corintios (que, con 40 barcos, eran la segunda flota mayor del bando aliado), pero la llegada de una galera de Leno, en Tenos, mandada por un tal Panetio, que había formado con los persas pero ahora desertaba de ellos, les acabó de convencer. Panetio conocía el plan de los persas e informó a Euribíades.

Nada quedaba ya por decidir. Al alba del día de la batalla (hay dificultades para fechar exactamente Salamina; tradicionalmente suele fijarse el día 22 de septiembre, pero algunos la posponen al 23, e incluso al día 29) Jerjes toma asiento en su trono, situado en un lugar elevado del continente, frente a la isla, por encima de Psitalea, donde un escuadrón de élite de sus hombres había desembarcado, con la idea de ayudar las maniobras de sus compañeros, rematar a quienes fueran a parar al islote, y eventualmente desencadenar un ataque a la isla formando una cabeza de puente, tras la victoria.

La flota griega se dispone en formación de batalla, de cara al Heracleo, en el Ática, los atenienses a la izquierda y los de Egina y los espartanos, la derecha.

Los persas se desplazan y se disponen a entrar en los canales, en una formación de tres filas: en su ala derecha los fenicios, a la izquierda los jonios, el resto del contingente por el centro.

La batalla va a comenzar.

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